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Vándalos universitarios

Viendo la cara de piedra de los rectores de las universisdades públicas españolas todo empieza a cobrar sentido.   Sólo de irresponsables mayúsculos como estos pueden salir las pautas des-educativas de la universidad pública española, especialista en producir licenciados con títulaciones vacías (muchas veces dobles y triples, o sea doblemente y triplemente vacías),  como si  sus «altas casas de estudios» fueran fábricas de salchichas (o chorizos…. que haberlos haylos también).

Coches oficiales utilizados por los rectores de las universidades públicas españolas para desplazarse a Madrid a una reunión del Consejo Universitario con el ministro Wert, a quien decidieron darle plantón en el último minuto.

En vez de reunirse con el ministro de Educación (que puede gustar más o menos, pero que está usando la tijera recortando  gastos porque no hay ni un duro), estos sinvergüenzas le dieron plantón al ministro.  Eso si:  las dietas por la supuesta asistencia a la reunión sí las cobraron.  Y usaron sus «coches oficiales» para desplazarse a dar el plantón.

Los rectores plantaron a Wert tras una «comilona» y cobrar las dietas

De juzgado de guardia.  Pero de juzgado de guardia LITERALMENTE.  Hay que cortar definitivamente con estos abusos.  No debemos consentirlos.  Si los españoles somos gente honesta y decente no podemos permitir estas «fiestas» con dineros públicos cuando no hay dinero para sueldos, seguridad social, pensiones, ni educación básica…..

Es una cuestión de sentido común y de «buena educación».  Algo de lo que evidentemente estos «señores rectores» carecen absolutamente.

¿Y a quién perjudicaron estos impresentables?  Pues A LOS DE SIEMPRE.  A los más «desfavorecidos» a los que supuestamente ellos dicen «proteger».  La consecuencia de la  falta de quórum para la celebración del consejo «impide que se pueda tramitar en plazo el decreto de becas generales para el curso próximo y paraliza su publicación».

Dinero tirado a la basura

Dietas: Los rectores cobran una dieta por asistir a la reunión del Consejo de Universidades: 155,90 euros
Alojamiento: Por pasar un anoche en Madrid, los rectores reciben 102,56 euros y pueden elegir el hotel.
Viajes: A los rectores se les abonan los gastos del viaje: gasolina o tren o avión, según prefieran
Comida: Para el almuerzo del día de la reunión, los rectores reciben 53,34 euros. Ayer tuvieron «catering.

Más o menos… a ojo de buen cubero… unos 420 eurillos por cabeza «hueca».  Teniendo en cuenta que había más de 60 rectores convocados y sólo se presentaron a la reunión 11 (en su mayoría de universidades privadas, que no usan «dinero que  no es de nadie» sino que deben rendir cuentas de lo que hacen, de lo que gastan y de lo que cobran)…. pues el chiste de estos jetas le ha costado al estado la friolera de 21.000 euros tirados a la basura.  Más el día de sueldo que usaron para hacer «turismo».

¿Cuántas becas podrían haberse otorgado con ese dinero?  Así nos luce el pelo….

Si el ministro de Educación tiene LO QUE HAY QUE TENER les va a pasar la factura por los gastos a sus cuentas personales.  Si no tiene lo que hay que tener… tendremos que pagar nosotros.  ¿Vamos a seguir aguantando?

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Los resultados de la «heducación» pública

Son demoledores.  La «igualdá», el pseudo derecho a una cartulina que dice «licenciado» y el culto al menor esfuerzo están dando unos resultados apabullante:   LOS ESPAÑOLES SOMOS CAMPEONES MUNDIALES DE LA IGNORANCIA.

Más de la mitad de los españoles creen barbaridades tales como que:

-los átomos son más pequeños que los electrones

-las plantas no tienen ADN

-los tomates no tienen genes

-toda la radioactividad es producida por la actividad de los seres humanos

-las células de los seres humanos no se dividen

-los primeros seres humanos vivieron en la misma época que los dinosaurios

-los antibióticos destruyen los virus

-la extracción de células madre de embriones humanos se hace sin destruir los embriones

-hoy por hoy es imposible transferir genes de seres humanos a animales.

 

Leyendo estas animaladas, me inclino a creer que lo que está pasando es que se han transferido genes de bestias a seres humanos, que luego van y contestan encuestas.

Gracias a la LOGSE, LOE y demás atrocidades de la «heducación» perpetradas por los políticos para bestializar a la población y así pastorearla mejor.

El estudio completo de la Fundación BBVA aquí.  Se recomienda leer con una caja de Kleenex a mano.

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¿Tienes derecho?

¿Tienes derecho a la salud?
¿Tienes derecho a la educación ?
¿Tienes derecho a una jubilación digna?
¿Tienes derecho a vacaciones pagas?
¿Tienes derecho a una vivienda digna?

Si has contestado que si a alguna de estas preguntas, pregúntate a continuación :

¿Quién tiene la obligación de proveerte todos esos servicios?

¿Quién tiene la obligación de pagar por ellos?

¿Por qué?

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«Tegnología K»

«Alpargatas si, libros no»

Era la respuesta que las hordas peronistas daban en 1945 a los jóvenes miembros del movimiento estudiantil que se manifestaban contra Perón bajo el lema «abajo la dictadura de las alpargatas«.

Lamentablemente, 66 años más tarde, los descendientes de aquellos que gritaban «alpargatas sí, libros no» desgobiernan a la Argentina y la sumen en la noche de los tiempos.

Así, la «presidentA» Cristina Kirchner («Kretina» para los que la quieren bien…) se dirigía ante científicos del Conicet jactándose de sus conocimientos de Kímica inorgániKa  al referirse al agua como «H2 cero».

Para no desentonar con su «jefa», la ministra de Educación, Ciencia y «Tegnología» de la provincia de Chaco (provincia kirchnerista donde las haya), doña María Inés Pilatti Vergara, se fue a inaugurar una escuela en la ciudad de Resistencia y posaba de lo más feliz con este cartelito:

A no desesperar, muchachos argentinos.   Desde 2009 en que se produjo esta foto, la «tegnología» habrá avanzado lo suficiente como para que Argentina no pare hasta la estratósfera…

Quien los viera hace cien años… y quien los ve ahora.  Para tomar nota y aprender que la demagogia, el populismo y la holganza son perjudiciales, casi diría mortales, para la salud de una sociedad.

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Por qué la universidad debería ser totalmente privada

Por Juan Ramón Rallo

La práctica totalidad de la población coincide en que la enseñanza es uno de los pilares del Estado de Bienestar. Hablar de una privatización de la educación que vaya más allá del cheque escolar parece ser un tema tabú, incluso para los liberales. Sin embargo, la teoría económica permite comprender por qué no sólo es recomendable sino imprescindible para el desarrollo que la enseñanza, especialmente la superior/universitaria, sea completamente privada.

Lo esencial es tener claro qué debe ser y qué no debe ser la enseñanza universitaria. Por resumirlo, la universidad debe convertirse en una empresa cuyo propósito sea el de fabricar o proveer un bien de capital harto concreto y específico: el llamado capital humano muy especializado. La universidad no debe ser un foro público para adquirir una formación general un tanto más profunda que la proporcionada por la enseñanza secundaria y que nos convierta en buenos ciudadanos. O, al menos, no debe ser eso si luego pretendemos que esos años de carrera lectiva nos sirvan para lograr un sobresueldo en el mercado laboral.

Por consiguiente, la universidad produce capital humano, esto es, inocula a sus clientes/estudiantes una serie de conocimientos teórico-prácticos que, con posterioridad, deberían permitirles producir en el mercado una mayor cantidad de bienes y servicios que otros agentes sin esa formación: el capital humano debe servir para incrementar la productividad de los trabajadores y, por tanto, lograr sueldos más elevados.

El capital humano, pues, es un bien de capital más, con todo lo que ello entraña: su valor depende de su capacidad para generar bienes económicos valiosos dentro de un plan empresarial en el que deberá coordinarse y complementarse con otros bienes de capital. Los sobresueldos (o los beneficios extraordinarios, si el estudiante se vuelve autónomo) son precisamente la remuneración de ese bien de capital, como los dividendos lo son de las acciones o los intereses de la renta fija. Y el sobresueldo podrá pagarse si un trabajador que dispone de un cierto capital humano es más productivo dentro de un determinado plan empresarial que otro trabajador que carece de ese capital humano.

La tarea de las universidades no es nada sencilla. En cierto modo, cabe reputarlos como centros productivos de una enorme complejidad: su materia prima es un conocimiento tremendamente especializado –pensemos en la cantidad de licenciaturas y de maestrías que existen dentro de éstas– que año a año queda desfasado por el avance de la ciencia, por el eventual cambio de gustos de los consumidores y por las nuevas metodologías docentes. Sus clientes, los estudiantes, tienen que recibir una formación puntera (pues, en caso contrario, saldrán al mercado laboral y serán desplazados por otros trabajadores mejor adiestrados), que esté adaptada a las necesidades del consumidor (pues, en caso contrario, no habrá empresarios que quieran incorporarlos a sus planes de negocio abonándoles un sobresueldo) y que les sea lo más inteligible posible (pues, si no, todos los esfuerzos docentes serán en vano).

No se trata sólo, por tanto, de formar a los mejores arquitectos –o ingenieros, o economistas o juristas– posibles desde un punto de vista técnico, sino también a aquellos que sepan diseñar las construcciones que vayan más en consonancia con los gustos de los consumidores (o quizá, si hay exceso de construcciones y arquitectos, lo acertado sea no formar a ningún arquitecto). Los conocimientos que adquieren, en definitiva, no han de ser útiles para la formación personal y humana del alumno o para el avance en abstracto de la ciencia –para lo cual puede haber otros centros adscritos a la universidad que realimenten la labor de la docencia–, sino para el consumidor, que al final es quien le pagará el sobresueldo al estudiante.

Así las cosas, un capital humano que no cumpla con estos tres requisitos –excelencia técnica y adaptación a las necesidades del consumidor que permita lograr un sobresueldo en el mercado– puede considerarse una mala inversión, equiparable a la de un promotor inmobiliario que en el auge de una burbuja del ladrillo siguiera construyendo más y más viviendas que luego no ha podido colocar a buen precio.

La cuestión es si la universidad pública puede proveer un capital humano que no sea en general un cúmulo de malas inversiones o si, por el contrario, el buen capital humano sólo podrá gestarse en centros universitarios privados sometidos a la competencia del mercado y a la ausencia de regulación del sector público.

Existen razones que afectan tanto a la oferta –a la manera que tienen las universidades de funcionar y enseñar– como a la demanda –a la cantidad y calidad de estudios que desean contratar los estudiantes– para concluir que, como en cualquier otro centro productivo especializado, es imprescindible que la universidad esté sometida por entero a la competencia propia del libre mercado.

Entre las de oferta, la universidad debe ser suficientemente flexible como para adaptar su conocimiento técnico y sus métodos docentes a las muy cambiantes necesidades del mercado (de las empresas y de los consumidores). El profesorado –y la organización de éste dentro de la universidad– ha de estar sometida a una reelaboración continuo; una flexibilidad que sólo puede lograrse no a golpe de planificación central y de planes quinquenales, sino merced a la presión competitiva de otras universidades más eficientes que pueden terminar desplazando a las menos eficientes. Es necesario que los modelos educativos que queden desfasados puedan desaparecer y no se eternicen gracias a la teta del presupuesto público; para lo cual resulta a su vez necesario que los empresas y la administración puedan discriminar entre los títulos de distintas universidades según su calidad: una licenciatura en una universidad puntera no puede ser equiparable a una licenciatura de una universidad deficiente.

Asimismo, la competencia entre universidades no sólo afectaría a la calidad de sus servicios, sino también a su coste. Internet, los Ebooks y demás nuevas tecnologías ofrecen un sinfín de posibilidades para desarrollar nuevos modelos educativos que vayan más allá de la universidad tradicional. La participación de un centro de enseñanza superior en la formación del capital humano puede ser muy variable: desde la tutela directa y presencial de un equipo docente durante 20 horas semanales a lo largo de cinco años a la provisión del material docente y posterior certificación de que un determinado alumno a adquirido por su cuenta los conocimientos reconocidos en su título, pasando por la enseñanza online presencial o no presencial. Cada universidad podría configurar su propia oferta de servicios académicos, cuyo precio sería creciente con su coste (con el grado de implicación en la formación) y permitiría a una variedad muy amplia de alumnos, con niveles de renta muy diversos, acceder a un mismo título. A día de hoy ya existen numerosos centros que cobran sólo por examinar y certificar la adquisición de unos determinados conocimientos, sin perjuicio de que, abonando un sobreprecio, los estudiantes puedan comprar directamente los materiales o asistir a clases presenciales.

Igualmente, tampoco tiene demasiado sentido que la carrera universitaria sólo pueda ser un corpus inseparable de conocimientos que proporcionen una visión presuntamente completa al alumno sobre una materia a lo largo de cuatro o cinco años. Lo lógico sería que cada universidad pudiese ofrecer ‘packs’ de duración y precio mucho más reducido y con un contenido mucho más específico; el objetivo es formar especialistas que sepan desarrollar servicios extraordinarios en una materia. El mejor contable del mundo no tiene por qué tener un conocimiento demasiado profundo sobre macroeconomía, por lo que ambas materias no tienen por qué estudiarse a la vez: la posibilidad de estudiar por módulos que puedan adquirir los alumnos, sin perjuicio de la obtención de un título que acredite exactamente los conocimientos adquiridos, proporciona una flexibilidad enorme a la hora de formar el capital humano y a la hora de reorganizar internamente las materias impartidas y los métodos empleados. Más que observar los estudios universitarios como una variable discreta (0 ó 1: o se tiene un título, aunque falte una asignatura, o no se tiene), habría que entenderla como una variable continua (se poseen distintos grados de conocimiento reflejados en un currículum dinámico).

Por lo que respecta a la demanda, nunca olvidemos que la enseñanza universitaria es una inversión en un activo llamado capital humano y cuya rentabilidad es el sobresueldo que cosecha el trabajador. Si reputaríamos absurdo que el Estado nos concediera a todos (o, más bien, a unos cuantos adolescentes) un cheque de, por ejemplo, 20.000 euros para que todos pudiésemos poseer una cartera de acciones bursátiles (¡y no sólo los ricos ahorradores!), deberíamos considerar igualmente absurdo que el Estado subvencionara la demanda de lo que es, repito, una inversión en un activo muy específico y especializado como es el capital humano.

¿Y por qué es absurdo? Para empezar, porque los costes se socializan (todos los contribuyentes sostienen la universidad pública) pero los beneficios se privatizan (los sobresueldos percibidos por cada trabajador). Se puede pensar que un sistema fiscal progresivo contrarresta este hecho (paga más quien más gana), pero no olvidemos que no todos quienes obtienen un sobresueldo tienen que obtenerlo por gozar de estudios universitarios… ni todos los que gocen de estudios universitarios tienen por qué obtener un sobresueldo ni tampoco obtenerlo en virtud de ese título. Por tanto, el sistema fiscal progresivo es una manera muy torpe e injusta de contrarrestar la socialización de los costes y la privatización las ganancias.

Pero el problema de fondo es otro: la lógica y la conveniencia de toda inversión depende de que la rentabilidad de la misma sea positiva y superior a la de otros activos de riesgo similar. Es decir, se trata no sólo de ganar dinero, sino de ganar al menos el mismo que podríamos obtener en otras inversiones. Si subvencionamos total o parcialmente el coste de la universidad, lo lógico es que la demanda de estudios universitarios se dispare muy por encima de lo que es realmente rentable y conveniente. Por ejemplo, si el coste de estudiar cinco años en la universidad es de 40.000 euros pero el Estado la ofrece gratuitamente, un estudiante decidirá invertir en capital humano aun cuando los sobresueldos que consiga a lo largo de su vida laboral no superen los 30.000 euros. Es decir, la inversión será ruinosa (el coste de obtener el capital humano será mayor que la utilidad que proporciona) pero el incentivo será a acometerla.

Obviamente, si el coste privado de ir a la universidad es cero, lo que cabe esperar es, primero, que su demanda se masifique aun cuando los sobresueldos logrados sean nulos; y, segundo, si existen otros beneficios no monetarios de acudir a la universidad (por ejemplo, cinco años sabáticos en los que no se estudia demasiado y se disfruta de una juventud dorada), los alumnos tenderán a desatender por completo qué disciplinas deben dominar para percibir los sobresueldos que presuntamente justifican la enseñanza universitaria (elección casi aleatoria o por interés personal de la materia). En definitiva, si el Estado subvenciona el coste de la universidad, su demanda será siempre excesiva y generalmente despreocupada por la calidad de la oferta.

La titulitis es una enfermedad propia de sociedades donde la universidad carece de precio, donde los alumnos no están en absoluto interesados en comparar los costes y los beneficios de la inversión en capital humano y donde los centros encargados de expedir el título no se juegan su supervivencia en su calidad diferencial. Una sociedad no necesita universitarios en general, sino personas especializadas en muy diversas áreas; cuando lo que proporciona es una imprenta de licenciaturas y de jóvenes incolocables –que además deben recurrir a posgrados privados para especializarse mínimamente–, es que su sistema universitario es completamente fallido.

Por último, que el precio de la enseñanza superior refleje todo su coste no significa ni mucho menos que las diferencias sociales vayan a ahondarse. Primero, porque un rico que sea tonto no obtendrá durante mucho tiempo un sobresueldo gracias a un título de calidad comprado a tocateja (otra cosa son los contactos familiares, pero eso es independiente de la titulación); y si eso es así, la compra de licenciaturas por parte de los ricos tenderá más bien a descapitalizarlos (habría sido mejor que metieran el dinero en una acción que proporciona una renta del 7% anual que en un título que renta un 0% al año).

Y segundo, porque los pobres inteligentes no sólo pueden ser becados por las universidades privadas (cosa que ya sucede en la actualidad), pues el prestigio de éstas procede de tener alumnos excelentes y bien colocados en el establishment, sino porque la versatilidad de una industria universitaria privada y desregulada permitiría una variedad de precios tan grande que daría paso a una formación realmente continua. En ninguna parte está escrito que una persona debe adquirir todo su capital humano de los 18 a los 23 años. Perfectamente puede estudiarse un módulo de finanzas, percibir un sobresueldo durante cuatro años, ahorrar parte del mismo y costearse el estudio de otro módulo, etc. Lo único que de facto cambiaría es que la gente analizaría mucho más cada paso que da: a saber, si conviene (si es rentable) ampliar un poco más su formación en cada una de las etapas de su vida. De hecho, así habrán de hacerse las cosas: el capital humano debería estar en continuo reciclaje (no quedarse estancado en los conocimientos adquiridos durante la adolescencia) y orientarse siempre a la creación de un mayor valor para el consumidor que aquel que ha costado formarlo.

La enseñanza pública no garantiza una democratización del capital humano; más bien asegura su generalizada malinversión.

Fuente:  Libre Mercado

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“la libre elección de centro educativo quita derechos y es ilegal”

Alucinante.   Y dicen que generará «inseguridad» a las familias.  Si, a las familias de los políticos, porque muchos se quedarían en el paro si la libertad a la hora de elegir centro educativo y contenidos llevara a tener una sociedad más cultivada y pensante que no les votara nunca más.

Más en el excelente artículo de Jorge Valín sobre el tema.

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Lección de vida de Steve Jobs

Excelente.  Simplemente excelente e inspirador.

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Burka y libertad (V)

A la polémica sobre el tema entre  Alvaro Vermoet y  Albert Esplugas, con sus réplicas  y contrarréplicas,   sumamos ahora una nueva opinión, la de José Carlos Rodríguez, también del Instituto Juan de Mariana.  Reproducimos a continuación su artículo sobre el tema para El Imparcial.

La libertad en burka

No abundan los debates en la prensa española, y de ello se resienten los lectores, a quienes les encanta ver a los periodistas atizarse a modo. Como Albert Espulgas y Álvaro Vermoet son personas extremadamente educadas, su encontronazo no tiene el mordiente de otros. Pero sí la profundidad que, precisamente, falta en otros cruces de artículos.Con el permiso de ambos, o sin él, que para eso está el espacio público, me meto en este intercambio, que trata sobre la conveniencia de prohibir el uso del velo en la calle. Sarkozy ya le ha levantado el velo a las francesas, quieran o no, y Vermoet defiende esa misma política para los colegios públicos de España. Llevar velo, dice, es un desafío a las libertades de los circundantes, porque supone, nada menos, que el intento de sustituir nuestra tradición liberal por la ley islámica. Quizá sea excesivo el poder que le otorga al velo que cubre una niña. Ese velo no es una jurisdicción y, de hecho, las niñas que lo lleven y sus padres están tan sometidos a nuestras leyes como los demás. ¿De veras la forma de vestir(se) es una amenaza?

Vermoet, entonces, pasa a un segundo plano de ataque y dice que los niños no tienen plena responsabilidad ni capacidad para decidir por sí mismos. Eso es cierto. Lo que me parece discutible es la idea de que quien deba decidir por ellos sea… ¡El Estado! ¿No tendrán más derecho sus padres a decidir cómo va vestido?La libertad tiene que dejarse a su albedrío, aunque sea en burka.

Resulta que no, y este es el tercer asalto, porque los colegios públicos tienen derecho sobre el espacio que ocupan y pueden, en impecable lógica liberal, imponer sus normas. Con lo cual, hemos llegado al meollo de la cuestión. La calle, los edificios públicos y demás espacios en manos del Estado, ¿pueden suspender los derechos de la persona, como el de expresión o religión, simplemente porque los pisamos? Si ponemos un pie en la calle, ¿se suspenden por ello nuestros derechos y quedamos a merced de lo que diga el dueño, i.e., el Estado?

En absoluto. El Estado, con una vocación expansiva sin límites, tiende a ocupar todos los espacios y a someterlos a sus normas. Su mera presencia, o su titularidad, no es argumento suficiente para socavar nuestros derechos, que son previos al Estado, propios de la persona, y no tienen porqué ceder ante sus pretensiones.

De hecho ocurre, como reconoce Álvaro Vermoet. Se prohíbe la simbología nacional socialista. Pero el ejemplo de una injusticia, como es la censura en este caso, no es argumento suficiente para cometer otra. Ese camino nos llevaría a la justificación de cualquier crimen posible, incluso masivo. Se puede justificar el nacional socialismo con el antecedente del comunismo, o viceversa.

Conozco del pensamiento de Álvaro Vermoet todo lo que de él ha dejado huella. Está preocupado por que la incidencia de otras culturas rompan la armonía social, sustentada en valores en los que él, como yo, cree firmemente, y que se refieren al respeto, la libertad, la igualdad ante la ley y demás. Pero considera, contra mi opinión (y la de Albert Espulgas), que la libertad puede imponerse.

 

 

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Burka y libertad (IV)

Y la polémica sigue…
Al primer artículo de Alvaro Vermoet, siguió la respuesta de Albert Esplugas, luego la contrarréplica de Alvaro Vermoet, y ahora tenemos una nueva respuesta de Albert Esplugas. 

¿Competencia cultural o integración forzosa?
Albert Esplugas Boter

 
«Si es legítimo prohibir el burka porque «representa el integrismo islámico y la esclavización de las mujeres», ¿por qué no prohibimos las camisetas del Che, que representan la mayor tiranía que ha asolado la humanidad?»

Álvaro Vermoet escribe una réplica a mi artículo Compitiendo contra el burka después de que hiciera un comentario crítico a su artículo en defensa de prohibir el velo islámico en la escuela pública.

Según Vermoet, mi crítica a la prohibición del velo omite dos cuestiones relevantes desde un punto de vista liberal: hablamos de menores de edad, sobre los cuales el Estado tiene potestad para dictar normas de comportamiento; y el Estado es el titular de las escuelas públicas, luego tiene derecho a establecer las normas que estime oportunas.

Ninguno de los dos argumentos me parecen coherentes con los principios liberales. En efecto hablamos de menores de edad, pero son los padres y no el Estado los que deben decidir sobre la educación de sus hijos. El Estado no tiene ningún derecho a interferir en tanto no se produzca maltrato o abuso, y hacer una excepción para determinados colectivos religiosos no sólo vulnera sus derechos sino que sienta un precedente que puede volverse en tu contra (como de hecho ocurre con asignaturas como Educación para la Ciudadanía). Es ingenuo pensar que el Estado va utilizar el poder que se le ha concedido en la dirección que uno personalmente desea.

No basta que alguien sea el titular de una propiedad para reconocer su derecho a establecer las normas, hace falta que sea titular legítimo. Si Pedro me roba el coche no tiene luego ningún derecho a llevarlo al desguace. El Estado, que usurpa a los padres el poder decisión en el ámbito educativo (y, vía impuestos, los medios económicos para tomarla), es la antítesis del propietario legítimo. La educación debería privatizarse y desregularse completamente, permitiendo que el mercado ofrezca una amplia variedad de modelos educativos. La competencia fomentaría la excelencia y presionaría los precios a la baja. Los padres, y no el Ministerio de Educación, decidirían lo que es mejor para sus hijos.

Este es el escenario ideal, extremo que quizás Vermoet no comparte. Pero no es el escenario actual, ¿qué normas de conducta deben regir en la enseñanza pública mientras ésta exista? Yo soy partidario de conceder autonomía a los padres dentro del sistema público: si se recluta a sus hijos, al menos que puedan elegir en la medida de lo posible. Si quieren que lleven un crucifijo o un velo por motivos religiosos, creo que es razonable permitirlo. El laicismo en la escuela no es neutro, también implica una imposición de valores (a saber, impone un ambiente no-religioso que los padres a lo mejor no desean). El argumento de Vermoet de que no puede cuestionarse el derecho del Estado a imponer normas de conducta va en contra de su defensa del derecho de los padres de elegir la lengua oficial en la que sus hijos deben estudiar. ¿Acaso no cuestiona que la Generalitat excluya el castellano de las aulas, aludiendo al derecho a elegir de los padres?

Lo mismo respecto a las calles y otros espacios públicos (que también privatizaría). Me inclino por la tolerancia de comportamientos pacíficos en espacios públicos, entre ellos vestir un burka. Por otro lado, tampoco hacen faltan leyes para prohibir el nudismo o los emblemas nazis, basta la costumbre (o el sentido del ridículo), que es lo que guía la mayoría de nuestros comportamientos. El código penal no prohíbe ir desnudo por la calle, y en Barcelona hubo asociaciones nudistas que incluso promocionaron ir por la vía pública sin ropa. Todavía no he visto a nadie paseando como vino al mundo.

Dicho esto, el burka y el nudismo no son equiparables. La razón por la que algunos quieren prohibir el nudismo (o el burkini en las piscinas públicas) es de tipo higiénico, o porque se considera de muy mal gusto, poco decoroso, etc. Dejando a un lado si este argumento justifica la prohibición del nudismo en la calle, las razones que se utilizan para defender la prohibición del burka suelen ser otras (pues vestir un burka es literalmente lo contrario que ir desnudo): opresión de la mujer por parte del marido, sumisión al Islam etc. Es decir, se pretende prohibir el burka por motivos paternalistas (para proteger a las mujeres de su propio adoctrinamiento y religiosidad, o porque se asume que están siendo coaccionadas, etc.).

Vermoet, no obstante, rechaza el argumento paternalista y defiende la prohibición de los velos integrales en base a su condición de «símbolo político». Pero no parece darse cuenta de que entonces entramos en el terreno de la libertad de expresión. Si es legítimo prohibir el burka porque «representa el integrismo islámico y la esclavización de las mujeres», ¿por qué no prohibimos las camisetas del Che, que representan la mayor tiranía que ha asolado la humanidad? Numerosos símbolos, propaganda y opiniones políticas tienen una influencia bastante más devastadora que el burka, pero obviamente no se prohíben porque sería una atentado contra la libertad de expresión.

Vermoet habla de «destalibanizar» Afganistán como se «desnazificó» Alemania, algo que Estados Unidos está lejos de conseguir después de ocho años de ocupación y que va a la raíz del problema: el burka es una manifestación externa de determinados valores, y no vas a cambiar esos valores arraigados prohibiendo sus manifestaciones externas. De hecho puede que tenga el efecto contrario, al percibir los afectados que se ataca su religión y su identidad. Alemania se «desnazificó» porque los alemanes mismos repudiaron esas ideas, no porque se prohibieran los símbolos nazis o se llevara a cabo una «reeducación forzosa».

Vermoet dibuja un cuadro bastante negro de la situación actual: fundamentalismo en auge en el mundo musulmán, radicalización de las minorías en Occidente. La no-integración de muchos musulmanes no es un problema baladí, y el fundamentalismo islámico es preeminente en varios países. Pero la realidad sigue siendo que los países musulmanes más retrógrados son también los más atrasados, y los más avanzados (Turquía, Jordania, los emiratos del Golfo) están muy influidos, en distinto grado, por nuestra cultura y son bastante más tolerantes y cosmopolitas. En Gaza puede que se vean mujeres con burka en la playa, pero en Dubai se puede llevar bikini. Creo que es obvio cuál de las dos regiones es la más pujante.

Como apuntaba en mi artículo anterior, la influencia de nuestros valores en Oriente Medio es tan intensa (a través del cine, la televisión, la música, la literatura, el deporte, la moda, los negocios) que los gobiernos se ven obligados a censurar los medios para que la sociedad no se «corrompa». En Occidente ni nos planteamos la censura en esos términos, porque los mensajes reaccionarios de Mahoma o el Corán no tienen ninguna acogida entre nosotros. Así es como se demuestra la superioridad de los valores occidentales.

Aún más difícil es aislarse del influjo de nuestra cultura si se trata de un musulmán viviendo en Occidente. En la medida en que sus hijos vayan a la escuela con otros niños nativos, tengan amigos de otras creencias religiosas, vayan al cine o a jugar al parque, vean la tele, se conecten a internet, lean la prensa, vayan a la universidad, trabajen en empresas o monten un negocio… nuestros valores harán mella. La intolerancia se cura interactuando con gente que piensa y actúa distinto. La guetización dificulta esa interacción, pero no creo que la mayoría de familias musulmanas puedan aislarse herméticamente con éxito aunque quieran, sobre todo en el caso de los más jóvenes. No en vano han inmigrando a Occidente con el fin de prosperar y eso normalmente implica ir a la universidad, participar en el mercado laboral o comerciar con gente diversa.

En mi crítica resaltaba el hecho curioso de que se tome como referencia el modelo de integración francés y no el de Estados Unidos, donde la prohibición del velo ni siquiera es debate. Al fin y al cabo Estados Unidos no padece los problemas de inmigración que tiene Francia, pese a tener una proporción mucho mayor de inmigrantes. Vermoet responde que en Estados Unidos sí hay integración política y los musulmanes no odian los valores del país, pero la razón por la que esto es así quizás hay que buscarla precisamente en la actitud americana más respetuosa con la diferencia. En Estados Unidos no tienes que renunciar a tu identidad o a tu cultura para ser considerado americano y, recíprocamente, considerarte americano. En Francia se exige una asimilación más fuerte si quieres ser considerado francés. La integración muchas veces requiere también de una actitud abierta o respetuosa por parte de la sociedad receptora. Sobre todo se trata de no fomentar estereotipos que alienen a los inmigrantes más susceptibles de dejarse influir, y de tenderles la mano o incluso encontrarse a mitad del puente si hace falta. Si perciben rechazo y hostilidad de entrada es probable que se autoexcluyan.

Publicado en Libertad Digital

Albert Esplugas Boter es miembro del Instituto Juan de Mariana, autor del libro La comunicación en una sociedad libre y escribe regularmente en su blog.

Vermoet habla del Reino Unidos y de Londres, ciudad en la que vivo. Tiene razón en que hay muchos guetos, mezquitas y una minoría radical, pero en general (y pese a los atentados terroristas de 2005) su modelo de integración funciona mejor que otros. Londres es un mosaico de culturas y nacionalidades conviviendo en casi perfecta armonía. No hay disturbios racistas, se puede pasear tranquilo por cualquier barrio (los ricos dejan sus Ferrari y sus Bentley aparcados en la calle, sin temor a que nadie los raye, robe o queme) y rebosa vitalidad, contrastando con un París envejecido y a ratos conflictivo. Londres es una ciudad internacional con conciencia de serlo. París es una ciudad francesa con inmigrantes.

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Burka y libertad (III)

Hace unos días publicamos un artículo de Alvaro Vermoet sobre el uso del burka y la  respuesta de Albert Esplugas sobre el tema de la libertad y el derecho del estado a intervenir en el sistema educativo prohibiendo su uso, que ha dado lugar a una polémica muy interesante.  La polémica sigue:

Hoy publicamos la respuesta de Alvaro Vermoet.

Compitiendo contra el burka… ¿y contra los liberales?

Álvaro Vermoet Hidalgo

 

«Desligar el burka de la situación de la mujer allí donde se utiliza no tiene nada de liberal sino que supone utilizar las libertades conquistadas por Occidente como coartada cultural o religiosa de la opresión de la mujer y del odio a Occidente.» 

 

Albert Esplugas se remite en su blog a los argumentos que utiliza en su artículo publicado en Libertad Digital, Compitiendo contra el burka, en el que se opone a la prohibición de esta prenda en los espacios públicos, como réplica a los que expongo en Sin una ley sobre el velo, el velo será la Ley, referido al uso del velo islámico en los colegios públicos españoles.

La falta de rigor de tal extrapolación resulta evidente, por dos argumentos que sorprende que pase por alto un liberal. El primero, el caso del velo en la escuela, se refiere a menores de edad, en relación a los cuales el Estado tiene una mayor legitimación protectora; no hay liberal que niegue que los menores tienen una capacidad limitada de formar y expresar su voluntad. Y el segundo argumento, más evidente si cabe, es que cuando el Estado regula la vestimenta o el comportamiento de los alumnos en los colegios públicos no está actuando como poder coercitivo sino como titular de una red de establecimientos educativos. Sorprende que un liberal cuestione el derecho del titular de un centro a establecer las normas de conducta que han de imperar en el mismo.

El Estado tiene perfecto derecho a regular las normas de comportamiento de los alumnos en los colegios estatales y a proscribir el nudismo, la simbología nazi, las crestas multicolor o el velo islámico, con el objetivo de preservar un espacio regido por la igualdad entre los alumnos y la disciplina, y dedicado en exclusiva a la formación académica. A ello hay que añadir que difícilmente pueden alumnas tapadas con velo practicar las mismas actividades físicas que el resto de las niñas y que permitir el velo supone una desigualdad (fundamentada en unas creencias religiosas pero una desigualdad al fin), respecto a la norma que prohíbe a los alumnos ir con gorra a clase. Habrá que explicar qué tiene de liberal que las reglas de un centro sean distintas en función de las creencias religiosas de los padres de los alumnos.

Para Esplugas resulta simplista la tesis central de mi artículo sobre el velo, pero la experiencia corrobora que sin una prohibición acaba imperando una obligación de llevarlo: cuando se permitió, en el famoso caso de Fátima, que una niña hija de un islamista radical fuese a clase con velo, cediendo a la amenaza de no escolarizarla de su padre, la consecuencia fue que otras niñas musulmanas, que hasta entonces dejaban el velo al entrar en clase, empezaran a llevarlo. El velo en las escuelas no es una manifestación de la libertad religiosa, es un desafío político del islamismo hacia la igualdad de niñas y niños en los sistemas educativos occidentales.

Dejando de lado el velo de las niñas en los colegios, repasemos los argumentos de Esplugas contra la prohibición del «velo integral» (burka afgano, niqab, etc.) en los espacios públicos. Al tratarse de mujeres adultas, la argumentación a favor de la prohibición desde una óptica liberal puede parecer un desafío. No lo es tanto. El argumento central de Esplugas contra la prohibición consiste en defender la esfera de libertad individual de la mujer musulmana, siendo ésta una ciudadana mayor de edad en un régimen que reconoce las libertades individuales, incluyendo la libertad de vestuario. No basta presumir, alega el autor, una supuesta falta de voluntad de dichas mujeres, una imposición de sus maridos o de sus familias, para que el Estado intervenga en el tipo de atuendos que utilizan. Si esa presión es una mera influencia, parece insuficiente para anular la voluntad de la mujer que quiere llevar el burka. Si, por el contrario, afirmamos que se trata de una imposición, de una verdadera coacción, estaríamos ante lo que ya se tipifica como delito y no habría que prohibir el burka sino perseguir a los coaccionadores.

Comparto plenamente estos argumentos. Añado que, además, en los casos que hemos conocido públicamente, sí se trasluce que estamos ante una voluntad explícita de estas mujeres y no ante una imposición que les resulte irresistible por falta de medios económicos o de «papeles». Es perfectamente posible que sea la propia mujer la que profesa el fundamentalismo islámico y utilice el burka como manifestación de una identidad cultural antioccidental, como el caso de la profesora británica que se negaba a dar clase sin niqab o el caso del «kurkini», cuya histérica portadora ha tardado minutos en montar todo el escándalo del que ha sido capaz.

Ahora bien, rechazando la presunción de que estas mujeres son obligadas a portar el burka, una cosa es el derecho a vestir libremente de estas mujeres y otra cosa bien distinta son las reglas que la sociedad tiene derecho a establecer en los espacios públicos: las calles, las piscinas públicas y las escuelas. Porque de la misma forma que yo puedo tener derecho a tener en mi propiedad una bandera nazi, la sociedad tiene derecho a prohibir su exhibición en público. Incluso en el supuesto de que fuese un judío o un homosexual quien exhibiese una cruz gamada, no es su protección lo que nos lleva a prohibirlo, sino el deseo de la sociedad de no ser agredida moralmente en los espacios públicos. Lo mismo sucede con el nudismo o con las pancartas proetarras.

La utilización de estos «velos integrales» es un símbolo político. El burka, sea una imposición o una elección de las mujeres que lo usan en Europa, representa el integrismo islámico y la esclavización de la mujer que rigen allí donde ese velo integral es la regla. Allí donde se ha impuesto el velo integral, se han promulgado las más represivas penas contra las mujeres que se atrevan a salir a la calle solas o sin tapar. Es esa opresión, y no la de la mujer que individualmente (y por las razones que sean) lleva el burka, la que quiere impedir Francia en sus espacios públicos. Y tiene derecho a ello.

Desligar el burka de la situación de la mujer allí donde se utiliza no tiene nada de liberal sino que, al contrario, supone utilizar las libertades conquistadas por Occidente como coartada cultural o religiosa de la opresión de la mujer y del odio a Occidente. En la Revolución islámica de Irán el velo comenzó siendo un símbolo de rebelión que utilizaban las jóvenes contra el poder y ha acabado siendo la coartada de latigazos y penas de prisión. En Afganistán, el burka sigue siendo una imposición que la Ley no ha podido impedir y seguirá siéndolo si no se prohíbe su uso con el fin de «destalibanizar» Afganistán como se «desnazificó» Alemania o como se intenta liberar al País Vasco de la opresión que ETA y su entorno ejercen sobre los individuos. Ninguna de las tres situaciones son opresiones estatalistas contra el individuo sino intentos de garantizar la libertad individual en culturas opresivas.

Basta ver la reacción del islamismo cuando Europa cuestiona la proliferación del velo para darse cuenta de que no estamos ante un problema de vestimenta o de culto, sino ante una ideología de dominación. Sin ir más lejos, las palabras de Sarkozy afirmando que «el burka no es bienvenido en el territorio de la República francesa» conllevaron, de inmediato, una amenaza terrorista de Al Qaeda a Francia. Y, años antes, todo el escándalo que se montó en Francia cuando se prohibió el velo en la escuela fue organizado no por niñas deseosas de expresarse culturalmente en las escuelas sino por los imanes que pretendían usar el velo de las niñas como barrera a la integración. ¿Qué más necesitamos para darnos cuenta de que cada burka en Occidente es una victoria del islamismo y no un ejercicio de libertad individual?

Temo no compartir tampoco el optimismo de Esplugas sobre el triunfo gradual de los valores occidentales en el mundo, su segundo argumento. Sí, el mundo se moderniza, pero no se occidentaliza. Desde los años 90, el islamismo no ha hecho sino aumentar en todo el mundo árabe. En la práctica totalidad de países musulmanes donde ha habido elecciones, han ganado grupos islamistas más opuestos a Occidente y con una interpretación más radical de la Ley islámica que los gobernantes anteriores. Los regímenes árabes con mayor crecimiento económico no hacen sino ceder cada vez más poder al integrismo que nace de las calles, con el fin de apaciguarlo. El velo se ha convertido en un arma política de los integristas; incluso el conflicto nacional palestino se islamiza y, por primera vez, vemos en Gaza a las mujeres con burka en la playa bajo la amenaza de la Guardia islámica (Le Monde, 3 de agosto de 2009).

En sentido contrario, afirmo que sí existe una fuerte influencia del islamismo sobre Occidente que Albert Esplugas niega, no sobre los occidentales pero sí sobre los musulmanes que viven en Occidente. Pongamos por caso el Reino Unido. Puede afirmarse que los inmigrantes de origen musulmán que llegaron a Gran Bretaña hace varias décadas no presentaban ningún rasgo de integrismo islámico mientras que, hoy, las segundas y terceras generaciones de musulmanes se declaran cada vez más contrarias a Occidente y comprensivas con el terrorismo. Se pregunta el autor por qué quienes ponemos como modelo a Estados Unidos en otros asuntos no lo hacemos en relación a la inmigración. La respuesta es sencilla: en Estados Unidos sí existe una auténtica integración política de los inmigrantes en los valores americanos y, por tanto, no hay necesidad de plantear este debate. No existe el odio a América entre los musulmanes estadounidenses. El problema ha surgido en la Europa multicultural, y aquí los españoles podemos elegir entre dos modelos, el británico, que ha tratado de acoger la diversidad identitaria con base en las libertades individuales como propone Esplugas, o el intento de integración francés.

Es verdad que, como afirma Esplugas, en las afueras de París los jóvenes de origen inmigrante protagonizaron varias quemas de coches. Pero se olvida el autor de explicar que en el Reino Unido, que considera la integración un atentado a la libertad individual de los musulmanes, cuatro jóvenes británicos de origen islámico, nacidos y educados en este país, se inmolaron en metros y autobuses causando más de medio centenar de víctimas mortales. Procedían de familias inmigrantes musulmanas moderadas y fue en el Reino Unido donde se radicalizaron (new-born muslims).

En Francia vemos algún burka en los Champs-Élysées; en Londres hay barrios enteros que parecen salidos de la frontera entre Afganistán y Pakistán. En Francia no se han celebrado manifestaciones a favor de Al Qaeda; en el Reino Unido sí, y el 31% de los jóvenes musulmanes justifica los atentados terroristas del 7 de julio. En Francia no hay mezquitas saudíes; en el Reino Unido sí, y varias cámaras ocultas han descubierto la propaganda terrorista que se difunde en el interior de estos «templos«. Que nos expliquen qué tiene de liberal el modelo británico y por qué debe el liberalismo defender la fragmentación cultural y el burka, que lleva implícito un apartheid, y no la universalidad de los valores que le dieron lugar.

Publicado en Libertad Digital

Álvaro Vermoet Hidalgo es presidente de la Unión Democrática de Estudiantes, miembro del Claustro de la Universidad Autónoma de Madrid, consejero del Consejo Escolar del Estado y autor del blog Cien Mil Objeciones.

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