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Los guerracivilistas quieren revancha

Parece que la izquierda desatada, enloquecida (¿de alcohol y drogas baratas?) y travestida de «anarquista»  anda por ahí clamando por una nueva guerra civil.

La constante de los últimos meses parecen ser los ataques a los templos católicos.  Bombas, gritos, blasfemias, desnudos, consignas a favor del aborto, agresiones a sacerdotes, interrupción de los servicios religiosos…

bombazaragoza

Ataque con bomba a la Basílica del Pilar, Zaragoza, el 2 de octubre de 2013

Aquí una breve relación de los ataques más relevantes:

  • El 2 de octubre de 2013, ataque con bomba en la Basílica del Pilar, en Zaragoza, mientras era visitada por un grupo de escolares.
  • El 27 de diciembre de 2013, pintadas soeces y blasfemas en un albergue para personas necesitadas, gestionado por una comunidad de religiosas en Vigo.
  • La noche del 31 de diciembre de 2013, pintadas ofensivas contra la Virgen y a favor del aborto en varios colegios religiosos e iglesias de Málaga.
  • La madrugada del 5 de enero de 2014,  ataques contra cuatro iglesias en Sevilla:
    • La puerta de la iglesia de Santa Marina, rociada con líquido inflamable e incendiada.
    • Otras tres iglesias de Sevilla fueron atacadas  con pintadas a favor del aborto, blasfemias y zafiedades.
  • En febrero de 2014, una bomba en la catedral de Nuestra Señora de La Almudena, en Madrid, desactivada a tiempo por las fuerzas de seguridad.

Y parece que van a por más… 

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La propaganda se les da muy bien. Y tocar las narices se os da de miedo.  Pero para documentarse, parece que no. Así os invito a   el Evangelio. Allí aw dice de poner la mejilla UNA SOLA VEZ.  No 5, no 10… UNA.

Abusones, que sois unos abusones.  

Pues nada, chavales… a seguir tocando las narices.  Parece que no han aprendido nada.

 

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Las exequias de un ser execrable

Algunas estampas imperdibles de l triste espectáculo que ha sido el velatorio de Santiago Carrillo. Triste porque se va sin pagar ni uno solo de sus crímenes, triste porque un asesino ha sido loado y triste porque para ser considerado un «político indispensable»la verdad es que no ha tenido una despedida multitudinaria como algunos medios insisten en repetir.

Los «fans» del asesino de Paracuellos.  Gracias a Dios son pocos y todos entrados en años.  Aunque a juzgar por la energía con que levantan el puño, parecen chavales.

 

El rostro impasible de Bono, casi una mueca indescifrable…

 

La cara de horror de la niña de Rajoy.  Y no es para menos, estando frente a los despojos mortales de un genocida.

 

Jordi Pujol reflexionando… ¿seguirá él? ¿Cuándo?

 

Y un fan anónimo, con una camiseta de reminiscencias revolucionarias.  Sólo le faltaba la guillotina…

 

Con su muerte se cierra un ciclo nefasto de la historia de España.  Espero que finalmente pueda dejarse atrás, en el pasado al que pertenece, uno de los episodios más luctuosos de la historia reciente de nuestro país.

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Pequeño saquete de maldades

por César Vidal

De esa manera calificó Felipe González a Santiago Carrillo en aquellos años de la Transición tan idealizados, y que con sus polvos nos trajeron los lodos en que ahora estamos enfangados. Felipe González, por supuesto, menospreciaba al adversario y, en especial, mostraba su resentimiento consustancial hacia alguien que le podía haber causado un daño enorme.

Carrillo procedía del PSOE, donde había entrado bajo los auspicios de su padre, Wenceslao, un socialista histórico, y de Largo Caballero, el Lenin español. Sin embargo, el joven Santiago se percató desde muy pronto de que aquel PSOE no iría muy lejos en el camino de la revolución proletaria. En 1934, el retrato que aparecía, lustroso y revelador, en el despacho de Carrillo no era otro que el de Stalin, el hombre que modelaría su vida. Cuando, en octubre de ese año, el PSOE, apoyado en los nacionalistas catalanes, se alzó en armas contra el Gobierno de la República, Carrillo se hallaba entre los golpistas, pero no dio –según contaron sus compañeros de filas– muestras de valor físico. Incluso alguno se atrevió a acusarlo de haber sufrido descomposición intestinal. Fuera como fuese, Carrillo corrió a esconderse, pero acabó dando con sus huesos, brevemente, en la cárcel. Salió con la victoria del Frente Popular, y a esas alturas ya era un submarino del PCE que procedió a unificar las juventudes socialistas y comunistas bajo el control de Moscú.

De su paso por la guerra, su camarada Líster diría que «nunca asomó la gaita por un frente». Era cierto, pero no fue la suya la labor típica del emboscado. Por el contrario, convertido en el equivalente al ministro del Interior de la Junta de Madrid, llevó a cabo las matanzas de Paracuellos. El tema es discutido aún por algún apologista de la izquierda, pero hace años que Dimitrov y Stepanov zanjaron la cuestión atribuyendo directamente a Carrillo el mérito de las matanzas masivas en la retaguardia. Tampoco él lo ocultó durante años. Carlos Semprún refirió al autor de estas líneas cómo Carrillo reconocía en privado que los asesinatos en masa se habían debido a sus órdenes, aunque lo hacía sin jactancia, explicando que la guerra era así.

Cuando concluyó el conflicto, Carrillo formaba parte de los comunistas fanatizados aún creían en que Stalin descendería como deus ex machina para arrebatar el triunfo militar a Franco. Con el despiste de no comprender lo sucedido y el ansia de ajustar las cuentas a todos, escribió una carta memorable a su padre, uno de los alzados contra Negrín en el golpe de estado de Casado, carta en la que renegaba de su condición de hijo y afirmaba que, de estar en su mano, lo mataría. Su progenitor le envió una respuesta que haría llorar a las piedras, disculpando a Carrillo y atribuyendo el episodio a Stalin. Los comunistas se habían batido como nadie contra Franco, pero, a la sazón, no pasaban de ser un montón de juguetes rotos, niños de la guerra incluidos. Stalin colocó a Pasionaria al frente del PCE, más por su servilismo que por su inexistente talento; a un desengañado Díaz se lo quitó de en medio en un episodio que nunca se supo si era suicidio o asesinato, y comenzó a buscar a alguien totalmente desprovisto de escrúpulos para encabezar el PCE futuro.

A Carrillo le tocó la lotería del dictador georgiano simplemente porque reunía todas las cualidades: amoralidad, ausencia de afectos naturales, sumisión absoluta a Moscú, disposición a derramar sangre si así se le ordenaba… Décadas después, tras un programa de televisión en que participamos ambos, Jorge Semprún me diría que Carrillo era el único superviviente de aquella generación y que se iría con sus secretos a la tumba. No se equivocó. A cambio de ser el que tuviera las riendas del poder, Carrillo firmó un pacto absolutamente fáustico con Stalin en el que la sangre la pusieron otros.

Antes de acabar la guerra mundial, Carrillo desencadenó la estúpida operación de conquista del valle de Arán pensando que podría lograr en España lo que el PCI había conseguido en Italia o el PCF pretendía conseguir en Francia. Pero Carrillo no era Togliatti y las hazañas se limitaron a fusilar a unos pocos párrocos indefensos y a llamar a la sublevación armada a unas poblaciones hartas de guerra. El fracaso, a la staliniana, tenía que contar con responsables que cargaran con él como adecuados Cirineos. Así fue. Carrillo ordenó el asesinato de los presuntos culpables del desastre a manos de sus propios camaradas. Repetiría esa conducta una y otra vez, infamando a camaradas entregados como Quiñones o Comorera simplemente para que quedara claro que él no se equivocaba y que si los resultados no eran los esperados se debía a los traidores infiltrados. Y, sin embargo, ¿quién sabe? Carrillo y sus seguidores cercanos eran tan obtusos que, quizá, en lugar de chivos expiatorios de la ambición, las víctimas sólo fueron las paganas de la roma mentalidad de los comunistas. Así, nunca se sabrá si Grimau cayó en manos de la policía franquista porque Carrillo deseaba deshacerse de él o simplemente porque el PCE no daba más de sí.

La invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos enfrentó a Carrillo por vez primera con unas bases que no veían bien cómo legitimar una acción así simplemente porque derivara de las órdenes de Moscú. Apoyándose en Claudín, antiguo compañero de la guerra, y Semprún, el intelectual del PCE por eso de que, al menos, sabía idiomas, Carrillo adelantó las líneas maestras de una cierta renovación ideológica –no mucha– dentro del PCE. Semejante paso no significaba ni que fuera más flexible ni que tuviera intención de ceder el poder. En una secuencia extraordinaria de ¡Viva la clase media!, un José Luis Garci actor ponía de manifiesto cómo todos los activistas del PCE en España eran, a fin de cuentas, cuatro y el de la vietnamita, y la famosa huelga general pacífica que derribaría a Franco no pasaba de ser un delirio basado en el desconocimiento de la España que se pensaba redimir. Eran como los testigos de Jehová a la espera del fin del mundo, sólo que ellos esperaban que el paraíso vendría por la acción de unas masas entregadas al fútbol y a la televisión.

En un intento de cambiar el rumbo porque era obvio que Franco se iba a morir en la cama, Claudín y Semprún realizaron un nuevo análisis marxista de lo que sucedía. Carrillo hizo que los expulsaran del PCE tras una tormentosa reunión celebrada –y grabada– en el este de Europa, y en la que tuvieron que escuchar cómo Pasionaria, que sabía leer y escribir lo justito, los calificaba, a ellos, cabezas pensantes del partido, de «cabezas de chorlito». En adelante, Carrillo –retratado magníficamente en la Autobiografía de Federico Sánchez de Semprún– se dedicó a esperar el «hecho biológico» de la muerte de Franco mientras disfrutaba de la sofisticada hospitalidad de dictadores como Ceausescu e intentaba que los prosoviéticos como Ignacio Gallego o Julio Anguita –al que con muy mala baba calificó de «compañero de viaje»– no le estropearan el festín.

De regreso a España, soñó –nunca mejor dicho– con llegar a un «pacto histórico» con Suárez que le permitiera convertir al PCE en la fuerza hegemónica de la izquierda. Pero la España de los setenta no era la Italia de los cuarenta. Estados Unidos decidió que la izquierda fetén no podía ser un PCE que propalaba un eurocomunismo cocinado en las zahúrdas del KGB y, a través de Alemania, se dedicó a financiar al PSOE de un joven abogado sevillano que respondía al nombre clandestino de Isidoro.

En su intento por lograr lo imposible y además por someter el PCE a su control stalinista, Carrillo sólo consiguió soliviantar a unos militantes del interior que, más allá del mito, encontraron totalmente insoportables a los comunistas regresados. En los años siguientes, aquellos comunistas se pasarían en masa al PSOE y al nacionalismo catalán –en ocasiones, a ambos–, buscando una iglesia más sólida y caritativa que la comunista.

Las derrotas electorales –la testarudez de los hechos que decía Lenin– obligaron a Carrillo a abandonar la Secretaría General de un PCE ya destruido –¡gracias de parte de todos los demócratas, Santiago!– mucho antes de que se desplomara el Muro de Berlín. Amagó con regresar al PSOE, insistió en que era comunista hasta la muerte y, por encima de todo, sufrió la conversión en espectro sin haber muerto. Ese fantasma, solo o en compañía de personajes emblemáticos de la izquierda como Leire Pajín, siguió apareciendo como quejumbroso contertulio de radios y engañador en memorias que, en la época de ZP, apoyó desde el pacto con los terroristas hasta la ley de memoria histórica, seguramente soñando con ganar de una vez las mil y una batallas que perdió a lo largo de su dilatada vida.

Al final, como señaló Solzhenitsyn en las páginas de conclusión de Pabellón de cáncer, desapareció de la Historia. Por desgracia, como también señaló el disidente ruso, lo hizo después de haber causado la desgracia de millares de personas.

 

Fuente: Libertad Digital

 

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13 de julio: un día que no debemos olvidar.

Y una víctima a la que debemos honrar:  se llamaba  JOSÉ CALVO-SOTELO.

Era el líder de la oposición monárquica al despiadado régimen republicano del Frente Popular, coalición de izquierdas integrado por el PSOE y subordinado a la Unión Soviética.  Entre febrero y julio de 1936 protagonizó varios debates parlamentarios encendidos

Dolores Ibárruri, la «Pasionaria» (a quien el asesino Carrillo consideraba «una fuerza de la naturaleza») «profetizó» sobre él durante la última sesión de las Cortes en julio de 1936:

«Este hombre ha hablado hoy por última vez.»

Y efectivamente así fue.  En la madrugada del 13 de julio de 1936, José Calvo-Sotelo fue secuestrado de su hogar por un grupo de guardias de Asalto y militantes socialistas, al mando del capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, escolta del dirigente del PSOE Indalecio Prieto. Fue introducido en una camioneta de la guardia de Asalto donde Luis Cuenca, militante de las Juventudes Socialistas y también guardaespaldas de Indalecio Prieto le asesinó a sangre fría disparándole dos tiros en la nuca.

Otro diputado socialista, Ángel Galarza, decía poco después de su asesinato:  “Pensando en su señoría encuentro justificado, incluso, el atentado personal”. “Tengo un gran sentimiento por la muerte de Calvo Sotelo. El sentimiento de no haber participado en ella”. 

Hoy hace 74 años, un asesinato se convertía en la gota que rebasaba el vaso de la paciencia de muchos españoles que ya no soportaron más el asesinato, la persecución y la delación.  5 días más tarde se producía el Alzamiento de Franco.  Gracias al PSOE terrorista de entonces.

No olvidemos.

MEMORIA-DIGNIDAD-JUSTICIA

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Un poco de memoria histórica

Un querido amigo me envía este hermoso testimonio. No se trata de ningún actor de moda. Está mirando a un fotógrafo ruso unos segundos antes de que le fusilen, es el 18 de agosto de 1936.
Es un sacerdote de 25 años que se llamaba Martín Martínez Pascual. Su crimen es ser cura (para los de las memorias históricas y demás defensores de las libertades…). Ha ido a su pueblo Valdealgorfa, provincia de Teruel a pasar unas vacaciones de verano con sus padres y le ha pillado allí la movida.
El 26 de julio, avisado de que lo buscaban para matarlo, se escondió en casa de algunas familias amigas. Más tarde huyó a una finca a tres kilómetros del pueblo y se ocultó en una cueva.
El 18 de agosto por la mañana detuvieron a todos los sacerdotes que había en Valdealgorfa. Al no encontrar a Martín, encarcelaron a su padre. Inmediatamente, la familia envió recado a D. Martín para que escapara. Pero éste, en cuanto se enteró, echó a correr a toda prisa hacia el pueblo para presentarse al Comité. Un miliciano muy amigo le salió al paso, rogándole que huyera; pero Martín le dijo que no podía consentir que su padre padeciera por él y que quería correr la misma suerte que los demás sacerdotes. Ya ante el Comité, este miliciano todavía quiso salvar a Martín, diciendo que se trataba de un joven estudiante. Pero él confesó que era sacerdote y dio a su amigo un abrazo para que lo transmitiera a su familia. Yo quiero morir mártir con mis compañeros, decía.
Sólo estuvo unos minutos apresado. Inmediatamente lo llevaron a pie hasta la plaza del pueblo, donde lo subieron con otros cinco sacerdotes y nueve seglares a un camión camino del cementerio. Antes de llegar, en el camino, los mataron. Los colocaron de espaldas; pero Martín quiso morir de frente, como lo vemos en la foto. Antes de disparar, les preguntaron si deseaban alguna cosa. Martín respondió: Yo no quiero sino daros mi bendición para que Dios no os tome en cuenta la locura que vais a cometer. Y después de bendecirles añadió: Y ahora que me dejéis gritar con todas mis fuerzas: ¡Viva Cristo Rey!.
El mártir de la foto, Beato Martín Martínez Pascual, es uno del gran grupo de 30 mártires de la HERMANDAD DE SACERDOTES OPERARIOS DIOCESANOS DEL CORAZÓN DE JESÚS (9 de ellos ya beatificados) que entregaron su vida como verdadero testimnio de fe. La mayoría apresados y asesinados por el hecho de ser formadores en los seminarios de diversas diócesis españolas. Al parecer un gran delito para los enemigos de la fe.

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La frase giliprogre del día

«En enero de 1939 el ejército de Francisco Franco entraba en Barcelona. Diagonal abajo, paseaba tanques y vanidad. Sus seguidores lo recibían con alegría, mientras los demás temblaban desde casa o habían huído al norte… En marzo de 2005, nosotros, todos los culés, recorríamos la Diagonal en dirección contraria y nos habíamos convertido en un ejército de gozo y alegría que finalmente podía hacer frente a aquel golpe bajo. Nos imaginaba parando sin problemas la embestida de los tanques, contestando con himnos sus balas, respondiendo con carcajadas la era fascista de aquellos militares»

(Oleguer Presas)

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