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La estupidez ultramontana y el «alaicismo»

Perlita que nos viene desde una de las capitales de Europa.  El alcalde (socialista, como no) de Estrasburgo, Roland Ries, lo deja claro:  en su ciudad lo que manda no es el laicismo sino el «alaicismo«:

«Nous servons de la viande halal par respect pour la diversité, mais pas de poisson le vendredi par respect pour la laïcité.”

Que en cristiano quiere decir:  «Nosotros servimos la carne halal por respeto a la diversidad, pero no pescado el viernes por respeto al laicismo».

La coherencia hecha alcalde.  Alberto Ruiz-Gallardón debe estar revolviéndose de rabia en su nueva poltrona porque no se le ocurrió antes a él.

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El genocidio del que nadie habla: los cristianos en el mundo islámico

Está sucediendo desde hace años.  Y es totalmente silenciado por los medios de comunicación de masas que se dedican a hablar de las flotillas palestinas y las payasadas de los Willys Toledo de turno.
Es un hecho que los cristianos son perseguidos, hostigados y asesinados en el mundo islámico.  Sucede en varios países:  Marruecos, Nigeria, Pakistán, Egipto….
A quien le interese informarse sobre las persecuciones sufridas por no-musulmanes en países islámicos, recomiendo visitar la página de Wikislam, donde podrán ver las últimas noticias país por país.
De esto nadie habla:
Honrando a la verdad
La foto publicada a continuación ha sido ampliamente difundida en internet para hacer conocido este genocidio, pero no refleja estas matanzas, sino un horroroso accidente sucedido en Congo, en el que estalló un depósito de combustible, que costó la vida a 230 congoleños que se encontraban disfrutando de un partido de fútbol del campeonato mundial de Sudáfrica que terminó ganando España.

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Urgente! Concentración para pedir la libertad de Youcef Nadarkhani

Youcef Nadarkhani, un joven cristiano, espera en una prisión de Irán a que, de un momento a otro, un tribunal ordene ejecutar la sentencia de muerte que pesa sobre él. Su delito es profesar una fe distinta del islam en un país sometido a la Sharia, la Ley Islámica, y gobernado por un régimen teocrático y tirano.

Youcef Nadarkhani.

Es imperativo que nos movilicemos y pidamos al gobierno de la República Islámica de Irán que revoque la sentencia de muerte que pesa sobre Youcef Nadarkhani y ponga en libertad a este joven cristiano, de 34 años, casado y con hijos.  Por favor, firma la petición aquí.

Youcef puede ser ejecutado de un momento a otro. El pasado lunes 26 de septiembre, un tribunal local de la provincia iraní de Gilan confirmó la sentencia a la pena capital.
HazteOir ha convocado una concentración ante la Embajada de Irán, en la calle de Jerez número 5 (ver mapa) HOY, lunes 3 de octubre de 2011, a las 18.30 horas.

NO FALTES!

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Bienvenidos a la república de Euskarabia

A través de Fanfatal me llega esta horripilante noticia, que temo que pronto empezará a producirse y reproducirse en toda la geografía española y europea.  Todo gracias a la estulticia rebautizada «corrección política» de la nueva religión fomentada por «La Casta»: el multiculturalismo.

Una pareja de hombres fueron víctimas la noche del pasado viernes en Bilbao de una agresión física.  Un hombre de origen árabe le rajó la cara a uno de ellos con un cuter, desde la oreja hasta el labio.  ¿El motivo?  Que se estaban dando un morreo.

Los hechos sucedieron en el casco viejo de Bilbao.  Primero los llamó «maricones» mientras se estaban dando un beso,e inmediatamente sacó un cuter de su bolsillo, hiriendo a uno de ellos, tras lo cual, se dio a la fuga.  Muy «valiente» el moro.    Esto de aplicar la sharia se lo están empezando a tomar muy a pecho algunos…

Se ha convocado a una concentración de repudio a la agresión para mañana, 30 de noviembre,  a las 20.00 horas en la Plaza del Teatro Arriaga de Bilbao.

Si bien no se menciona en la prensa la religión de este «señor de origen marroquí, si sabemos lo que en los países árabes les pasa a los homosexuales.   Sin ir más lejos, hace unos meses, en el «moderno» país de origen del agresor, el sultanato del gran amigo de Zapatero, Mohammed VI, se anunció el fin de la tolerancia a la homosexualidad.  No vamos a mencionar las cosas que les hacen a los gays en otros países, donde se aplica la sharia:

 

 

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Burka y libertad (V)

A la polémica sobre el tema entre  Alvaro Vermoet y  Albert Esplugas, con sus réplicas  y contrarréplicas,   sumamos ahora una nueva opinión, la de José Carlos Rodríguez, también del Instituto Juan de Mariana.  Reproducimos a continuación su artículo sobre el tema para El Imparcial.

La libertad en burka

No abundan los debates en la prensa española, y de ello se resienten los lectores, a quienes les encanta ver a los periodistas atizarse a modo. Como Albert Espulgas y Álvaro Vermoet son personas extremadamente educadas, su encontronazo no tiene el mordiente de otros. Pero sí la profundidad que, precisamente, falta en otros cruces de artículos.Con el permiso de ambos, o sin él, que para eso está el espacio público, me meto en este intercambio, que trata sobre la conveniencia de prohibir el uso del velo en la calle. Sarkozy ya le ha levantado el velo a las francesas, quieran o no, y Vermoet defiende esa misma política para los colegios públicos de España. Llevar velo, dice, es un desafío a las libertades de los circundantes, porque supone, nada menos, que el intento de sustituir nuestra tradición liberal por la ley islámica. Quizá sea excesivo el poder que le otorga al velo que cubre una niña. Ese velo no es una jurisdicción y, de hecho, las niñas que lo lleven y sus padres están tan sometidos a nuestras leyes como los demás. ¿De veras la forma de vestir(se) es una amenaza?

Vermoet, entonces, pasa a un segundo plano de ataque y dice que los niños no tienen plena responsabilidad ni capacidad para decidir por sí mismos. Eso es cierto. Lo que me parece discutible es la idea de que quien deba decidir por ellos sea… ¡El Estado! ¿No tendrán más derecho sus padres a decidir cómo va vestido?La libertad tiene que dejarse a su albedrío, aunque sea en burka.

Resulta que no, y este es el tercer asalto, porque los colegios públicos tienen derecho sobre el espacio que ocupan y pueden, en impecable lógica liberal, imponer sus normas. Con lo cual, hemos llegado al meollo de la cuestión. La calle, los edificios públicos y demás espacios en manos del Estado, ¿pueden suspender los derechos de la persona, como el de expresión o religión, simplemente porque los pisamos? Si ponemos un pie en la calle, ¿se suspenden por ello nuestros derechos y quedamos a merced de lo que diga el dueño, i.e., el Estado?

En absoluto. El Estado, con una vocación expansiva sin límites, tiende a ocupar todos los espacios y a someterlos a sus normas. Su mera presencia, o su titularidad, no es argumento suficiente para socavar nuestros derechos, que son previos al Estado, propios de la persona, y no tienen porqué ceder ante sus pretensiones.

De hecho ocurre, como reconoce Álvaro Vermoet. Se prohíbe la simbología nacional socialista. Pero el ejemplo de una injusticia, como es la censura en este caso, no es argumento suficiente para cometer otra. Ese camino nos llevaría a la justificación de cualquier crimen posible, incluso masivo. Se puede justificar el nacional socialismo con el antecedente del comunismo, o viceversa.

Conozco del pensamiento de Álvaro Vermoet todo lo que de él ha dejado huella. Está preocupado por que la incidencia de otras culturas rompan la armonía social, sustentada en valores en los que él, como yo, cree firmemente, y que se refieren al respeto, la libertad, la igualdad ante la ley y demás. Pero considera, contra mi opinión (y la de Albert Espulgas), que la libertad puede imponerse.

 

 

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9-11

Hoy se cumplen 8 años de los atentados terroristas de las Torres Gemelas.

Mucho se ha dicho, mucho más se dirá.  Pero hay una cosa que me queda clara:  que entonces decían : UNITED WE STAND (estamos unidos).  Y a juzgar por este vídeo, seguirán unidos y orgullosos de ser americanos.

Tendríamos que aprender de ellos…

Pledge of Allegiance

«I pledge allegiance  to the flag of the United States of America and to the republic for which it stands: one nation under God, indivisible with liberty and justice for all».

Juramento de Lealtad

«Yo prometo lealtad a la Bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.»

God bless the USA.

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Burka y libertad (IV)

Y la polémica sigue…
Al primer artículo de Alvaro Vermoet, siguió la respuesta de Albert Esplugas, luego la contrarréplica de Alvaro Vermoet, y ahora tenemos una nueva respuesta de Albert Esplugas. 

¿Competencia cultural o integración forzosa?
Albert Esplugas Boter

 
«Si es legítimo prohibir el burka porque «representa el integrismo islámico y la esclavización de las mujeres», ¿por qué no prohibimos las camisetas del Che, que representan la mayor tiranía que ha asolado la humanidad?»

Álvaro Vermoet escribe una réplica a mi artículo Compitiendo contra el burka después de que hiciera un comentario crítico a su artículo en defensa de prohibir el velo islámico en la escuela pública.

Según Vermoet, mi crítica a la prohibición del velo omite dos cuestiones relevantes desde un punto de vista liberal: hablamos de menores de edad, sobre los cuales el Estado tiene potestad para dictar normas de comportamiento; y el Estado es el titular de las escuelas públicas, luego tiene derecho a establecer las normas que estime oportunas.

Ninguno de los dos argumentos me parecen coherentes con los principios liberales. En efecto hablamos de menores de edad, pero son los padres y no el Estado los que deben decidir sobre la educación de sus hijos. El Estado no tiene ningún derecho a interferir en tanto no se produzca maltrato o abuso, y hacer una excepción para determinados colectivos religiosos no sólo vulnera sus derechos sino que sienta un precedente que puede volverse en tu contra (como de hecho ocurre con asignaturas como Educación para la Ciudadanía). Es ingenuo pensar que el Estado va utilizar el poder que se le ha concedido en la dirección que uno personalmente desea.

No basta que alguien sea el titular de una propiedad para reconocer su derecho a establecer las normas, hace falta que sea titular legítimo. Si Pedro me roba el coche no tiene luego ningún derecho a llevarlo al desguace. El Estado, que usurpa a los padres el poder decisión en el ámbito educativo (y, vía impuestos, los medios económicos para tomarla), es la antítesis del propietario legítimo. La educación debería privatizarse y desregularse completamente, permitiendo que el mercado ofrezca una amplia variedad de modelos educativos. La competencia fomentaría la excelencia y presionaría los precios a la baja. Los padres, y no el Ministerio de Educación, decidirían lo que es mejor para sus hijos.

Este es el escenario ideal, extremo que quizás Vermoet no comparte. Pero no es el escenario actual, ¿qué normas de conducta deben regir en la enseñanza pública mientras ésta exista? Yo soy partidario de conceder autonomía a los padres dentro del sistema público: si se recluta a sus hijos, al menos que puedan elegir en la medida de lo posible. Si quieren que lleven un crucifijo o un velo por motivos religiosos, creo que es razonable permitirlo. El laicismo en la escuela no es neutro, también implica una imposición de valores (a saber, impone un ambiente no-religioso que los padres a lo mejor no desean). El argumento de Vermoet de que no puede cuestionarse el derecho del Estado a imponer normas de conducta va en contra de su defensa del derecho de los padres de elegir la lengua oficial en la que sus hijos deben estudiar. ¿Acaso no cuestiona que la Generalitat excluya el castellano de las aulas, aludiendo al derecho a elegir de los padres?

Lo mismo respecto a las calles y otros espacios públicos (que también privatizaría). Me inclino por la tolerancia de comportamientos pacíficos en espacios públicos, entre ellos vestir un burka. Por otro lado, tampoco hacen faltan leyes para prohibir el nudismo o los emblemas nazis, basta la costumbre (o el sentido del ridículo), que es lo que guía la mayoría de nuestros comportamientos. El código penal no prohíbe ir desnudo por la calle, y en Barcelona hubo asociaciones nudistas que incluso promocionaron ir por la vía pública sin ropa. Todavía no he visto a nadie paseando como vino al mundo.

Dicho esto, el burka y el nudismo no son equiparables. La razón por la que algunos quieren prohibir el nudismo (o el burkini en las piscinas públicas) es de tipo higiénico, o porque se considera de muy mal gusto, poco decoroso, etc. Dejando a un lado si este argumento justifica la prohibición del nudismo en la calle, las razones que se utilizan para defender la prohibición del burka suelen ser otras (pues vestir un burka es literalmente lo contrario que ir desnudo): opresión de la mujer por parte del marido, sumisión al Islam etc. Es decir, se pretende prohibir el burka por motivos paternalistas (para proteger a las mujeres de su propio adoctrinamiento y religiosidad, o porque se asume que están siendo coaccionadas, etc.).

Vermoet, no obstante, rechaza el argumento paternalista y defiende la prohibición de los velos integrales en base a su condición de «símbolo político». Pero no parece darse cuenta de que entonces entramos en el terreno de la libertad de expresión. Si es legítimo prohibir el burka porque «representa el integrismo islámico y la esclavización de las mujeres», ¿por qué no prohibimos las camisetas del Che, que representan la mayor tiranía que ha asolado la humanidad? Numerosos símbolos, propaganda y opiniones políticas tienen una influencia bastante más devastadora que el burka, pero obviamente no se prohíben porque sería una atentado contra la libertad de expresión.

Vermoet habla de «destalibanizar» Afganistán como se «desnazificó» Alemania, algo que Estados Unidos está lejos de conseguir después de ocho años de ocupación y que va a la raíz del problema: el burka es una manifestación externa de determinados valores, y no vas a cambiar esos valores arraigados prohibiendo sus manifestaciones externas. De hecho puede que tenga el efecto contrario, al percibir los afectados que se ataca su religión y su identidad. Alemania se «desnazificó» porque los alemanes mismos repudiaron esas ideas, no porque se prohibieran los símbolos nazis o se llevara a cabo una «reeducación forzosa».

Vermoet dibuja un cuadro bastante negro de la situación actual: fundamentalismo en auge en el mundo musulmán, radicalización de las minorías en Occidente. La no-integración de muchos musulmanes no es un problema baladí, y el fundamentalismo islámico es preeminente en varios países. Pero la realidad sigue siendo que los países musulmanes más retrógrados son también los más atrasados, y los más avanzados (Turquía, Jordania, los emiratos del Golfo) están muy influidos, en distinto grado, por nuestra cultura y son bastante más tolerantes y cosmopolitas. En Gaza puede que se vean mujeres con burka en la playa, pero en Dubai se puede llevar bikini. Creo que es obvio cuál de las dos regiones es la más pujante.

Como apuntaba en mi artículo anterior, la influencia de nuestros valores en Oriente Medio es tan intensa (a través del cine, la televisión, la música, la literatura, el deporte, la moda, los negocios) que los gobiernos se ven obligados a censurar los medios para que la sociedad no se «corrompa». En Occidente ni nos planteamos la censura en esos términos, porque los mensajes reaccionarios de Mahoma o el Corán no tienen ninguna acogida entre nosotros. Así es como se demuestra la superioridad de los valores occidentales.

Aún más difícil es aislarse del influjo de nuestra cultura si se trata de un musulmán viviendo en Occidente. En la medida en que sus hijos vayan a la escuela con otros niños nativos, tengan amigos de otras creencias religiosas, vayan al cine o a jugar al parque, vean la tele, se conecten a internet, lean la prensa, vayan a la universidad, trabajen en empresas o monten un negocio… nuestros valores harán mella. La intolerancia se cura interactuando con gente que piensa y actúa distinto. La guetización dificulta esa interacción, pero no creo que la mayoría de familias musulmanas puedan aislarse herméticamente con éxito aunque quieran, sobre todo en el caso de los más jóvenes. No en vano han inmigrando a Occidente con el fin de prosperar y eso normalmente implica ir a la universidad, participar en el mercado laboral o comerciar con gente diversa.

En mi crítica resaltaba el hecho curioso de que se tome como referencia el modelo de integración francés y no el de Estados Unidos, donde la prohibición del velo ni siquiera es debate. Al fin y al cabo Estados Unidos no padece los problemas de inmigración que tiene Francia, pese a tener una proporción mucho mayor de inmigrantes. Vermoet responde que en Estados Unidos sí hay integración política y los musulmanes no odian los valores del país, pero la razón por la que esto es así quizás hay que buscarla precisamente en la actitud americana más respetuosa con la diferencia. En Estados Unidos no tienes que renunciar a tu identidad o a tu cultura para ser considerado americano y, recíprocamente, considerarte americano. En Francia se exige una asimilación más fuerte si quieres ser considerado francés. La integración muchas veces requiere también de una actitud abierta o respetuosa por parte de la sociedad receptora. Sobre todo se trata de no fomentar estereotipos que alienen a los inmigrantes más susceptibles de dejarse influir, y de tenderles la mano o incluso encontrarse a mitad del puente si hace falta. Si perciben rechazo y hostilidad de entrada es probable que se autoexcluyan.

Publicado en Libertad Digital

Albert Esplugas Boter es miembro del Instituto Juan de Mariana, autor del libro La comunicación en una sociedad libre y escribe regularmente en su blog.

Vermoet habla del Reino Unidos y de Londres, ciudad en la que vivo. Tiene razón en que hay muchos guetos, mezquitas y una minoría radical, pero en general (y pese a los atentados terroristas de 2005) su modelo de integración funciona mejor que otros. Londres es un mosaico de culturas y nacionalidades conviviendo en casi perfecta armonía. No hay disturbios racistas, se puede pasear tranquilo por cualquier barrio (los ricos dejan sus Ferrari y sus Bentley aparcados en la calle, sin temor a que nadie los raye, robe o queme) y rebosa vitalidad, contrastando con un París envejecido y a ratos conflictivo. Londres es una ciudad internacional con conciencia de serlo. París es una ciudad francesa con inmigrantes.

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Burka y libertad (III)

Hace unos días publicamos un artículo de Alvaro Vermoet sobre el uso del burka y la  respuesta de Albert Esplugas sobre el tema de la libertad y el derecho del estado a intervenir en el sistema educativo prohibiendo su uso, que ha dado lugar a una polémica muy interesante.  La polémica sigue:

Hoy publicamos la respuesta de Alvaro Vermoet.

Compitiendo contra el burka… ¿y contra los liberales?

Álvaro Vermoet Hidalgo

 

«Desligar el burka de la situación de la mujer allí donde se utiliza no tiene nada de liberal sino que supone utilizar las libertades conquistadas por Occidente como coartada cultural o religiosa de la opresión de la mujer y del odio a Occidente.» 

 

Albert Esplugas se remite en su blog a los argumentos que utiliza en su artículo publicado en Libertad Digital, Compitiendo contra el burka, en el que se opone a la prohibición de esta prenda en los espacios públicos, como réplica a los que expongo en Sin una ley sobre el velo, el velo será la Ley, referido al uso del velo islámico en los colegios públicos españoles.

La falta de rigor de tal extrapolación resulta evidente, por dos argumentos que sorprende que pase por alto un liberal. El primero, el caso del velo en la escuela, se refiere a menores de edad, en relación a los cuales el Estado tiene una mayor legitimación protectora; no hay liberal que niegue que los menores tienen una capacidad limitada de formar y expresar su voluntad. Y el segundo argumento, más evidente si cabe, es que cuando el Estado regula la vestimenta o el comportamiento de los alumnos en los colegios públicos no está actuando como poder coercitivo sino como titular de una red de establecimientos educativos. Sorprende que un liberal cuestione el derecho del titular de un centro a establecer las normas de conducta que han de imperar en el mismo.

El Estado tiene perfecto derecho a regular las normas de comportamiento de los alumnos en los colegios estatales y a proscribir el nudismo, la simbología nazi, las crestas multicolor o el velo islámico, con el objetivo de preservar un espacio regido por la igualdad entre los alumnos y la disciplina, y dedicado en exclusiva a la formación académica. A ello hay que añadir que difícilmente pueden alumnas tapadas con velo practicar las mismas actividades físicas que el resto de las niñas y que permitir el velo supone una desigualdad (fundamentada en unas creencias religiosas pero una desigualdad al fin), respecto a la norma que prohíbe a los alumnos ir con gorra a clase. Habrá que explicar qué tiene de liberal que las reglas de un centro sean distintas en función de las creencias religiosas de los padres de los alumnos.

Para Esplugas resulta simplista la tesis central de mi artículo sobre el velo, pero la experiencia corrobora que sin una prohibición acaba imperando una obligación de llevarlo: cuando se permitió, en el famoso caso de Fátima, que una niña hija de un islamista radical fuese a clase con velo, cediendo a la amenaza de no escolarizarla de su padre, la consecuencia fue que otras niñas musulmanas, que hasta entonces dejaban el velo al entrar en clase, empezaran a llevarlo. El velo en las escuelas no es una manifestación de la libertad religiosa, es un desafío político del islamismo hacia la igualdad de niñas y niños en los sistemas educativos occidentales.

Dejando de lado el velo de las niñas en los colegios, repasemos los argumentos de Esplugas contra la prohibición del «velo integral» (burka afgano, niqab, etc.) en los espacios públicos. Al tratarse de mujeres adultas, la argumentación a favor de la prohibición desde una óptica liberal puede parecer un desafío. No lo es tanto. El argumento central de Esplugas contra la prohibición consiste en defender la esfera de libertad individual de la mujer musulmana, siendo ésta una ciudadana mayor de edad en un régimen que reconoce las libertades individuales, incluyendo la libertad de vestuario. No basta presumir, alega el autor, una supuesta falta de voluntad de dichas mujeres, una imposición de sus maridos o de sus familias, para que el Estado intervenga en el tipo de atuendos que utilizan. Si esa presión es una mera influencia, parece insuficiente para anular la voluntad de la mujer que quiere llevar el burka. Si, por el contrario, afirmamos que se trata de una imposición, de una verdadera coacción, estaríamos ante lo que ya se tipifica como delito y no habría que prohibir el burka sino perseguir a los coaccionadores.

Comparto plenamente estos argumentos. Añado que, además, en los casos que hemos conocido públicamente, sí se trasluce que estamos ante una voluntad explícita de estas mujeres y no ante una imposición que les resulte irresistible por falta de medios económicos o de «papeles». Es perfectamente posible que sea la propia mujer la que profesa el fundamentalismo islámico y utilice el burka como manifestación de una identidad cultural antioccidental, como el caso de la profesora británica que se negaba a dar clase sin niqab o el caso del «kurkini», cuya histérica portadora ha tardado minutos en montar todo el escándalo del que ha sido capaz.

Ahora bien, rechazando la presunción de que estas mujeres son obligadas a portar el burka, una cosa es el derecho a vestir libremente de estas mujeres y otra cosa bien distinta son las reglas que la sociedad tiene derecho a establecer en los espacios públicos: las calles, las piscinas públicas y las escuelas. Porque de la misma forma que yo puedo tener derecho a tener en mi propiedad una bandera nazi, la sociedad tiene derecho a prohibir su exhibición en público. Incluso en el supuesto de que fuese un judío o un homosexual quien exhibiese una cruz gamada, no es su protección lo que nos lleva a prohibirlo, sino el deseo de la sociedad de no ser agredida moralmente en los espacios públicos. Lo mismo sucede con el nudismo o con las pancartas proetarras.

La utilización de estos «velos integrales» es un símbolo político. El burka, sea una imposición o una elección de las mujeres que lo usan en Europa, representa el integrismo islámico y la esclavización de la mujer que rigen allí donde ese velo integral es la regla. Allí donde se ha impuesto el velo integral, se han promulgado las más represivas penas contra las mujeres que se atrevan a salir a la calle solas o sin tapar. Es esa opresión, y no la de la mujer que individualmente (y por las razones que sean) lleva el burka, la que quiere impedir Francia en sus espacios públicos. Y tiene derecho a ello.

Desligar el burka de la situación de la mujer allí donde se utiliza no tiene nada de liberal sino que, al contrario, supone utilizar las libertades conquistadas por Occidente como coartada cultural o religiosa de la opresión de la mujer y del odio a Occidente. En la Revolución islámica de Irán el velo comenzó siendo un símbolo de rebelión que utilizaban las jóvenes contra el poder y ha acabado siendo la coartada de latigazos y penas de prisión. En Afganistán, el burka sigue siendo una imposición que la Ley no ha podido impedir y seguirá siéndolo si no se prohíbe su uso con el fin de «destalibanizar» Afganistán como se «desnazificó» Alemania o como se intenta liberar al País Vasco de la opresión que ETA y su entorno ejercen sobre los individuos. Ninguna de las tres situaciones son opresiones estatalistas contra el individuo sino intentos de garantizar la libertad individual en culturas opresivas.

Basta ver la reacción del islamismo cuando Europa cuestiona la proliferación del velo para darse cuenta de que no estamos ante un problema de vestimenta o de culto, sino ante una ideología de dominación. Sin ir más lejos, las palabras de Sarkozy afirmando que «el burka no es bienvenido en el territorio de la República francesa» conllevaron, de inmediato, una amenaza terrorista de Al Qaeda a Francia. Y, años antes, todo el escándalo que se montó en Francia cuando se prohibió el velo en la escuela fue organizado no por niñas deseosas de expresarse culturalmente en las escuelas sino por los imanes que pretendían usar el velo de las niñas como barrera a la integración. ¿Qué más necesitamos para darnos cuenta de que cada burka en Occidente es una victoria del islamismo y no un ejercicio de libertad individual?

Temo no compartir tampoco el optimismo de Esplugas sobre el triunfo gradual de los valores occidentales en el mundo, su segundo argumento. Sí, el mundo se moderniza, pero no se occidentaliza. Desde los años 90, el islamismo no ha hecho sino aumentar en todo el mundo árabe. En la práctica totalidad de países musulmanes donde ha habido elecciones, han ganado grupos islamistas más opuestos a Occidente y con una interpretación más radical de la Ley islámica que los gobernantes anteriores. Los regímenes árabes con mayor crecimiento económico no hacen sino ceder cada vez más poder al integrismo que nace de las calles, con el fin de apaciguarlo. El velo se ha convertido en un arma política de los integristas; incluso el conflicto nacional palestino se islamiza y, por primera vez, vemos en Gaza a las mujeres con burka en la playa bajo la amenaza de la Guardia islámica (Le Monde, 3 de agosto de 2009).

En sentido contrario, afirmo que sí existe una fuerte influencia del islamismo sobre Occidente que Albert Esplugas niega, no sobre los occidentales pero sí sobre los musulmanes que viven en Occidente. Pongamos por caso el Reino Unido. Puede afirmarse que los inmigrantes de origen musulmán que llegaron a Gran Bretaña hace varias décadas no presentaban ningún rasgo de integrismo islámico mientras que, hoy, las segundas y terceras generaciones de musulmanes se declaran cada vez más contrarias a Occidente y comprensivas con el terrorismo. Se pregunta el autor por qué quienes ponemos como modelo a Estados Unidos en otros asuntos no lo hacemos en relación a la inmigración. La respuesta es sencilla: en Estados Unidos sí existe una auténtica integración política de los inmigrantes en los valores americanos y, por tanto, no hay necesidad de plantear este debate. No existe el odio a América entre los musulmanes estadounidenses. El problema ha surgido en la Europa multicultural, y aquí los españoles podemos elegir entre dos modelos, el británico, que ha tratado de acoger la diversidad identitaria con base en las libertades individuales como propone Esplugas, o el intento de integración francés.

Es verdad que, como afirma Esplugas, en las afueras de París los jóvenes de origen inmigrante protagonizaron varias quemas de coches. Pero se olvida el autor de explicar que en el Reino Unido, que considera la integración un atentado a la libertad individual de los musulmanes, cuatro jóvenes británicos de origen islámico, nacidos y educados en este país, se inmolaron en metros y autobuses causando más de medio centenar de víctimas mortales. Procedían de familias inmigrantes musulmanas moderadas y fue en el Reino Unido donde se radicalizaron (new-born muslims).

En Francia vemos algún burka en los Champs-Élysées; en Londres hay barrios enteros que parecen salidos de la frontera entre Afganistán y Pakistán. En Francia no se han celebrado manifestaciones a favor de Al Qaeda; en el Reino Unido sí, y el 31% de los jóvenes musulmanes justifica los atentados terroristas del 7 de julio. En Francia no hay mezquitas saudíes; en el Reino Unido sí, y varias cámaras ocultas han descubierto la propaganda terrorista que se difunde en el interior de estos «templos«. Que nos expliquen qué tiene de liberal el modelo británico y por qué debe el liberalismo defender la fragmentación cultural y el burka, que lleva implícito un apartheid, y no la universalidad de los valores que le dieron lugar.

Publicado en Libertad Digital

Álvaro Vermoet Hidalgo es presidente de la Unión Democrática de Estudiantes, miembro del Claustro de la Universidad Autónoma de Madrid, consejero del Consejo Escolar del Estado y autor del blog Cien Mil Objeciones.

Nota: El autor autoriza a todo aquel que quiera hacerlo, incluidas las empresas de press-clipping, a reproducir este artículo, con la condición de que se cite a Libertad Digital como sitio original de publicación. Además, niega a la FAPE o cualquier otra entidad la autoridad para cobrar a las citadas compañías o cualquier otra persona o entidad por dichas reproducciones.

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Burka y libertad (II)

Reproducimos a continuación un artículo de Albert Esplugas en respuesta al escrito por Alvaro Vermoet, iniciando así  un interesante debate sobre la libertad de los padres para educar a sus hijos y el supuesto derecho del estado a intervenir en ello.

Compitiendo contra el burka
Albert Esplugas Boter

 
«Los partidarios de prohibir el burka piensan que los valores occidentales son superiores pero no parecen confiar en su fuerza. Si son superiores no hace falta prohibir nada, aparte de que el fundamentalismo no se elimina prohibiendo vestimentas.»
 
 
 

Sarkozy ha dado su apoyo a la prohibición del burka, por considerarlo un signo de esclavitud incompatible con una sociedad de libertades. Desde posiciones liberales a menudo se argumenta que el burka no es una simple forma de vestir, sino una forma de opresión. La vestimenta lleva implícita la sumisión de la mujer al hombre y al islam, no es una elección voluntaria sino que le ha sido impuesta por presión de la familia y la comunidad. El mismo argumento es extensible al chador, el nicab, el hijab y otras variedades de velo.

El problema con este razonamiento es que asume demasiado y diluye la diferencia entre coacción y presión social. La esclavitud es desde luego incompatible con una sociedad libre, pero también lo es prohibir el burka si alguien desea llevarlo. La mayoría de mujeres que llevan el burka, u otros atuendos islámicos menos extremos, lo hacen porque quieren. Eso no significa que se hayan decantado por el burka después de sopesar las alternativas disponibles, escuchar distintos puntos de vista y mantenerse al margen de influencias externas. Significa que en su fuero interno están convencidas de que eso es lo correcto, por incomprensible que nos parezca a nosotros. ¿Es el resultado de la estricta y retrógrada educación que han recibido y de los valores fundamentalistas de su entorno? Sí, pero eso no confiere al Estado ningún derecho a la «reeducación» forzosa.

No hay cura posible si el propio enfermo no quiere curarse, y uno de los principios éticos de cualquier médico es no administrar una medicina si el paciente no consiente. El caso del burka no es distinto: si la mujer no expresa su rechazo al burka la presunción razonable es que no quiere que se lo prohíban. La carga de la prueba debe recaer en quienes quieren interferir en su forma de vestir.

Decir que la mayoría de mujeres que llevan burka han sido coaccionadas por sus maridos o familiares no nos lleva muy lejos, pues asume lo que tiene que probar. Parece claro que la coacción (en forma de maltrato o amenaza) en las comunidades islámicas fundamentalistas se practica con más frecuencia que en el resto. Pero esta coacción está penada por la ley (probablemente no lo bastante) y corresponde a las autoridades investigar caso por caso y salir en defensa de las víctimas.

Incluso los prohibicionistas admitirán que el mal no es el burka en sí, sino el comportamiento opresor del marido, que la obliga a ponérselo. Pero entonces, ¿por qué no se encarcela directamente al marido? Si ninguna mujer lleva el burka voluntariamente significa que todos los maridos son culpables de abuso y deben ser detenidos y encarcelados. Esa es la conclusión lógica de su premisa. Si, en cambio, están dispuestos a garantizar a los maridos la presunción de inocencia, entonces no pueden argüir al mismo tiempo que sus esposas llevan el burka bajo coacción.

No me cabe duda de que los partidarios de la prohibición del burka intentan ayudar a las mujeres musulmanas. Pretenden que éstas se den cuenta de su penosa condición de sumisas, vean que hay un mundo de posibilidades ahí fuera, y reclamen a su familia y comunidad un trato más igualitario. Al mismo tiempo muchos ven el fundamentalismo islámico como una amenaza a los valores occidentales, como un virus que se irá expandiendo en nuestra sociedad (inmigración y mayores tasas de natalidad) si no tomamos medidas prohibicionistas para protegernos.

Comparto la preocupación por las mujeres musulmanas y también entiendo la amenaza que supone un minoría hostil creciente. Pero en mi opinión la solución no es prohibir y restringir, sino interactuar y competir. Alertan que Europa se está convirtiendo en Eurabia, pero es al revés: Arabia se está convirtiendo en Eurabia (o en Usabia, más bien). La influencia de nuestros valores culturales, morales y políticos en Oriente Medio es tan intensa que los gobiernos censuran los medios de comunicación e internet para que la sociedad no se «corrompa» demasiado. Aún así penetra por todas partes: a través del cine, la televisión, la música, la literatura, el deporte, la moda, los negocios… Ven nuestras series, consumen nuestros productos y tratan de imitarnos. Varios países se están modernizando socialmente (Jordania, Egipto, los emiratos del Golfo), reconociendo más derechos a las mujeres y tolerando más libertades sociales. Todavía están lejos de nuestros estándares y abundan los bárbaros, pero ésa no es la cuestión. La cuestión es que esa influencia no es mutua: sus valores puritanos y reaccionarios no penetran en nuestra sociedad, que se toma a cachondeo lo que pueda decir Mahoma en el Corán.

Lo que es más importante: las minorías musulmanas en Occidente están aún más expuestas a nuestra influencia que las sociedades de Oriente Medio. Aquí no hay censura ni lejanía física, es difícil aislarse del influjo de nuestra cultura. Los inmigrantes fundamentalistas de nueva generación quizás tienen sus valores demasiado arraigados y viven en guetos, pero en la medida en que sus hijos vayan a la escuela con otros niños occidentales, tengan amigos cristianos o ateos, lean la prensa, vean la tele, se conecten a internet, trabajen en empresas… nuestros valores harán mella. Es difícil que una mujer acepte como algo natural ponerse el burka cuando ha crecido viendo como todas las demás chicas lucían su cuerpo y su melena. Lo mismo puede decirse de encerrarse en casa cuando está a su alcance salir con amigos, estudiar una carrera y ser una mujer más independiente.

Cada siglo augura un fin del mundo distinto, cortesía de nuestro sesgo pesimista. Para unos es el calentamiento global y para otros es la invasión islámica (¡o ambos!). Los partidarios de prohibir el burka piensan que los valores occidentales son superiores pero no parecen confiar en su fuerza. Si son superiores no hace falta prohibir nada, aparte de que el fundamentalismo es una realidad social que no se elimina prohibiendo vestimentas. Hagamos que nuestra cultura y valores éticos ejerzan presión a través de la interacción y la competencia, a ver si las nuevas generaciones de musulmanes pueden resistir la tentación de una vida más libre y enriquecedora.

 Publicado en Libertad Digital
 
Albert Esplugas Boter es miembro del Instituto Juan de Mariana, autor del libro La comunicación en una sociedad libre y escribe regularmente en su blog.

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Burka y libertad (I)

Publicamos a continuación un artículo de Alvaro Vermoet sobre el uso del burka en los colegios y por qué debería ser prohibido.  Este artículo ha dado lugar a una interesantísima controversia sobre la libertad de los padres de educar a sus hijos y las supuestas facultades del estado para intervenir en la educación.  Algo que hemos venido escuchando a lo largo de todo el gobierno de Zapatero, pero con los católicos frente al estado zapateriano.

Sin una ley sobre el velo, el velo será la Ley

Álvaro Vermoet Hidalgo

 
«Que no dude Elena Valenciano que dejar sin regulación el velo islámico de las niñas en las escuelas españolas equivale a promulgar, con rango de ley, la Ley islámica para estas niñas.»

La secretaria de Política Internacional del PSOE, Elena Valenciano, se ha referido recientemente a la reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa. En relación al uso del velo islámico en la escuela, ha explicado que no se regulará debido a que «su uso no es un problema en España». Sí lo son, al parecer, los crucifijos que pueda haber encima de la pizarra de una escuela pública, ya que es ese el único objeto de la reforma en lo referido a los símbolos religiosos en la escuela pública.

En realidad, el error está en considerar que el desafío del velo islámico sea un problema que afecta a la aconfesionalidad del Estado o al papel de las religiones en la vida pública. Lo que está en juego cuando un padre musulmán lleva al colegio a su niña de 6 años con la cabeza cubierta por un velo es algo que creíamos tener tan asentado como el Estado de Derecho y el imperio de la Ley. Lo que en realidad se cuestiona no es la aconfesionalidad del Estado sino la capacidad de las sociedades europeas de imponer las normas democráticas sobre lo que para una creciente parte de los habitantes de Europa es la Ley de Dios, y que implica el rechazo a cualquier forma de integración en las sociedades occidentales.

No cabe duda de que en un Estado no confesional la presencia de crucifijos en las escuelas o instituciones públicas resulta una reminiscencia extravagante. Ahora bien, es igualmente evidente que lo único que hay detrás de que los socialistas reformen nada más y nada menos que una ley orgánica para agitar el debate sobre la religión en las aulas es movilizar a su propio electorado y arrinconar una vez más al PP para poder presentarle como un partido confesional, conservador y anticuado. El debate sobre los crucifijos, como el de la asignatura de religión o el de las estatuas de Franco, es una estrategia de la izquierda para estigmatizar a la derecha. Una batalla propagandística que deja de lado el único desafío que se plantea contra las instituciones democráticas y al que nadie está haciendo frente.

Volviendo a las declaraciones de Elena Valenciano, afirma la dirigente socialista que no se regulará la cuestión del velo porque la ley no se inspira en el laicismo francés y no busca prohibir cualquier ostentación religiosa en el vestuario de los alumnos. Es verdad que en Francia es la laicidad el argumento de fondo para prohibir el velo en la escuela o, dentro de poco, el burka en los espacios públicos, pero lo que en el fondo se busca proteger es el respeto a los valores y a la identidad nacional de Francia, de la que la laicidad es una mera representación. En realidad, Francia es una sociedad mayoritariamente católica y significativamente practicante, y no existe acoso alguno hacia la práctica religiosa. Cuando se prohibió el velo, la batalla estaba entre una sociedad que quería preservar sus valores –la igualdad de la mujer, la laicidad, la identidad nacional– y los imanes que agitaban el uso del velo entre las niñas musulmanas como manifestación inequívoca de la voluntad de no integrarse en la sociedad de acogida y, desde luego, de afirmar la supremacía de la Ley de Dios musulmana frente a las leyes que aprueben los parlamentos democráticos.

Por otro lado, acierta la dirigente socialista al decir que no siempre es el velo una cuestión religiosa, sino que tiene otras connotaciones, culturales o identitarias. Precisamente por ello, es el velo y no los crucifijos lo que hay que regular en la escuela pública, porque son un símbolo del desafío de los islamistas que pregonan por toda Europa –haciéndose valer de la supuesta libertad religiosa de las niñas– que los musulmanes no deben integrarse en las sociedades europeas. Qué poco queda del laicismo provocador y anticlerical de la izquierda cuando se enfrenta a un crucifijo casi desprovisto de significación en vez de a la férrea voluntad islámica de utilizar a las niñas musulmanas como panfleto de rechazo a la integración, a la laicidad y a la igualdad de la mujer que dice defender la izquierda.

Si no regulamos el uso del velo en la escuela y dejamos la decisión a la supuesta «libertad individual», lo que estamos haciendo en realidad es encubrir otra ley, la Ley de los imanes que pretenden conservar, en plena Europa, el estatus de desigualdad de la mujer y de los homosexuales en el mundo islámico.

Que no dude Elena Valenciano que mientras se entretiene con los crucifijos sin atreverse a impedir que una niña de 6 años vaya tapada a clase sólo por haber nacido musulmana, está defendiendo la desigualdad de las niñas musulmanas en la sociedad española. Que no dude que dejar sin regulación el velo islámico de las niñas en las escuelas españolas equivale a promulgar, con rango de ley, la Ley islámica para estas niñas, que se verán sometidas de hecho al humillante estatus que reserva el islamismo para la mujer. Y, entonces, tendremos que oír a la Elena Valenciano de turno decir que la proliferación de velos y burkas no es sino una manifestación propia de una sociedad plural, multicultural y abierta.

Y, mientras tanto, esas niñas habrán crecido en España bajo la supremacía de la Ley islámica.

 
Publicado en Libertad Digital
 
Álvaro Vermoet Hidalgo es presidente de la Unión Democrática de Estudiantes, miembro del Claustro de la Universidad Autónoma de Madrid, consejero del Consejo Escolar del Estado y autor del blog Cien Mil Objeciones.

Nota: El autor autoriza a todo aquel que quiera hacerlo, incluidas las empresas de press-clipping, a reproducir este artículo, con la condición de que se cite a Libertad Digital como sitio original de publicación. Además, niega a la FAPE o cualquier otra entidad la autoridad para cobrar a las citadas compañías o cualquier otra persona o entidad por dichas reproducciones.

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