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Burka y libertad (III)

Hace unos días publicamos un artículo de Alvaro Vermoet sobre el uso del burka y la  respuesta de Albert Esplugas sobre el tema de la libertad y el derecho del estado a intervenir en el sistema educativo prohibiendo su uso, que ha dado lugar a una polémica muy interesante.  La polémica sigue:

Hoy publicamos la respuesta de Alvaro Vermoet.

Compitiendo contra el burka… ¿y contra los liberales?

Álvaro Vermoet Hidalgo

 

«Desligar el burka de la situación de la mujer allí donde se utiliza no tiene nada de liberal sino que supone utilizar las libertades conquistadas por Occidente como coartada cultural o religiosa de la opresión de la mujer y del odio a Occidente.» 

 

Albert Esplugas se remite en su blog a los argumentos que utiliza en su artículo publicado en Libertad Digital, Compitiendo contra el burka, en el que se opone a la prohibición de esta prenda en los espacios públicos, como réplica a los que expongo en Sin una ley sobre el velo, el velo será la Ley, referido al uso del velo islámico en los colegios públicos españoles.

La falta de rigor de tal extrapolación resulta evidente, por dos argumentos que sorprende que pase por alto un liberal. El primero, el caso del velo en la escuela, se refiere a menores de edad, en relación a los cuales el Estado tiene una mayor legitimación protectora; no hay liberal que niegue que los menores tienen una capacidad limitada de formar y expresar su voluntad. Y el segundo argumento, más evidente si cabe, es que cuando el Estado regula la vestimenta o el comportamiento de los alumnos en los colegios públicos no está actuando como poder coercitivo sino como titular de una red de establecimientos educativos. Sorprende que un liberal cuestione el derecho del titular de un centro a establecer las normas de conducta que han de imperar en el mismo.

El Estado tiene perfecto derecho a regular las normas de comportamiento de los alumnos en los colegios estatales y a proscribir el nudismo, la simbología nazi, las crestas multicolor o el velo islámico, con el objetivo de preservar un espacio regido por la igualdad entre los alumnos y la disciplina, y dedicado en exclusiva a la formación académica. A ello hay que añadir que difícilmente pueden alumnas tapadas con velo practicar las mismas actividades físicas que el resto de las niñas y que permitir el velo supone una desigualdad (fundamentada en unas creencias religiosas pero una desigualdad al fin), respecto a la norma que prohíbe a los alumnos ir con gorra a clase. Habrá que explicar qué tiene de liberal que las reglas de un centro sean distintas en función de las creencias religiosas de los padres de los alumnos.

Para Esplugas resulta simplista la tesis central de mi artículo sobre el velo, pero la experiencia corrobora que sin una prohibición acaba imperando una obligación de llevarlo: cuando se permitió, en el famoso caso de Fátima, que una niña hija de un islamista radical fuese a clase con velo, cediendo a la amenaza de no escolarizarla de su padre, la consecuencia fue que otras niñas musulmanas, que hasta entonces dejaban el velo al entrar en clase, empezaran a llevarlo. El velo en las escuelas no es una manifestación de la libertad religiosa, es un desafío político del islamismo hacia la igualdad de niñas y niños en los sistemas educativos occidentales.

Dejando de lado el velo de las niñas en los colegios, repasemos los argumentos de Esplugas contra la prohibición del «velo integral» (burka afgano, niqab, etc.) en los espacios públicos. Al tratarse de mujeres adultas, la argumentación a favor de la prohibición desde una óptica liberal puede parecer un desafío. No lo es tanto. El argumento central de Esplugas contra la prohibición consiste en defender la esfera de libertad individual de la mujer musulmana, siendo ésta una ciudadana mayor de edad en un régimen que reconoce las libertades individuales, incluyendo la libertad de vestuario. No basta presumir, alega el autor, una supuesta falta de voluntad de dichas mujeres, una imposición de sus maridos o de sus familias, para que el Estado intervenga en el tipo de atuendos que utilizan. Si esa presión es una mera influencia, parece insuficiente para anular la voluntad de la mujer que quiere llevar el burka. Si, por el contrario, afirmamos que se trata de una imposición, de una verdadera coacción, estaríamos ante lo que ya se tipifica como delito y no habría que prohibir el burka sino perseguir a los coaccionadores.

Comparto plenamente estos argumentos. Añado que, además, en los casos que hemos conocido públicamente, sí se trasluce que estamos ante una voluntad explícita de estas mujeres y no ante una imposición que les resulte irresistible por falta de medios económicos o de «papeles». Es perfectamente posible que sea la propia mujer la que profesa el fundamentalismo islámico y utilice el burka como manifestación de una identidad cultural antioccidental, como el caso de la profesora británica que se negaba a dar clase sin niqab o el caso del «kurkini», cuya histérica portadora ha tardado minutos en montar todo el escándalo del que ha sido capaz.

Ahora bien, rechazando la presunción de que estas mujeres son obligadas a portar el burka, una cosa es el derecho a vestir libremente de estas mujeres y otra cosa bien distinta son las reglas que la sociedad tiene derecho a establecer en los espacios públicos: las calles, las piscinas públicas y las escuelas. Porque de la misma forma que yo puedo tener derecho a tener en mi propiedad una bandera nazi, la sociedad tiene derecho a prohibir su exhibición en público. Incluso en el supuesto de que fuese un judío o un homosexual quien exhibiese una cruz gamada, no es su protección lo que nos lleva a prohibirlo, sino el deseo de la sociedad de no ser agredida moralmente en los espacios públicos. Lo mismo sucede con el nudismo o con las pancartas proetarras.

La utilización de estos «velos integrales» es un símbolo político. El burka, sea una imposición o una elección de las mujeres que lo usan en Europa, representa el integrismo islámico y la esclavización de la mujer que rigen allí donde ese velo integral es la regla. Allí donde se ha impuesto el velo integral, se han promulgado las más represivas penas contra las mujeres que se atrevan a salir a la calle solas o sin tapar. Es esa opresión, y no la de la mujer que individualmente (y por las razones que sean) lleva el burka, la que quiere impedir Francia en sus espacios públicos. Y tiene derecho a ello.

Desligar el burka de la situación de la mujer allí donde se utiliza no tiene nada de liberal sino que, al contrario, supone utilizar las libertades conquistadas por Occidente como coartada cultural o religiosa de la opresión de la mujer y del odio a Occidente. En la Revolución islámica de Irán el velo comenzó siendo un símbolo de rebelión que utilizaban las jóvenes contra el poder y ha acabado siendo la coartada de latigazos y penas de prisión. En Afganistán, el burka sigue siendo una imposición que la Ley no ha podido impedir y seguirá siéndolo si no se prohíbe su uso con el fin de «destalibanizar» Afganistán como se «desnazificó» Alemania o como se intenta liberar al País Vasco de la opresión que ETA y su entorno ejercen sobre los individuos. Ninguna de las tres situaciones son opresiones estatalistas contra el individuo sino intentos de garantizar la libertad individual en culturas opresivas.

Basta ver la reacción del islamismo cuando Europa cuestiona la proliferación del velo para darse cuenta de que no estamos ante un problema de vestimenta o de culto, sino ante una ideología de dominación. Sin ir más lejos, las palabras de Sarkozy afirmando que «el burka no es bienvenido en el territorio de la República francesa» conllevaron, de inmediato, una amenaza terrorista de Al Qaeda a Francia. Y, años antes, todo el escándalo que se montó en Francia cuando se prohibió el velo en la escuela fue organizado no por niñas deseosas de expresarse culturalmente en las escuelas sino por los imanes que pretendían usar el velo de las niñas como barrera a la integración. ¿Qué más necesitamos para darnos cuenta de que cada burka en Occidente es una victoria del islamismo y no un ejercicio de libertad individual?

Temo no compartir tampoco el optimismo de Esplugas sobre el triunfo gradual de los valores occidentales en el mundo, su segundo argumento. Sí, el mundo se moderniza, pero no se occidentaliza. Desde los años 90, el islamismo no ha hecho sino aumentar en todo el mundo árabe. En la práctica totalidad de países musulmanes donde ha habido elecciones, han ganado grupos islamistas más opuestos a Occidente y con una interpretación más radical de la Ley islámica que los gobernantes anteriores. Los regímenes árabes con mayor crecimiento económico no hacen sino ceder cada vez más poder al integrismo que nace de las calles, con el fin de apaciguarlo. El velo se ha convertido en un arma política de los integristas; incluso el conflicto nacional palestino se islamiza y, por primera vez, vemos en Gaza a las mujeres con burka en la playa bajo la amenaza de la Guardia islámica (Le Monde, 3 de agosto de 2009).

En sentido contrario, afirmo que sí existe una fuerte influencia del islamismo sobre Occidente que Albert Esplugas niega, no sobre los occidentales pero sí sobre los musulmanes que viven en Occidente. Pongamos por caso el Reino Unido. Puede afirmarse que los inmigrantes de origen musulmán que llegaron a Gran Bretaña hace varias décadas no presentaban ningún rasgo de integrismo islámico mientras que, hoy, las segundas y terceras generaciones de musulmanes se declaran cada vez más contrarias a Occidente y comprensivas con el terrorismo. Se pregunta el autor por qué quienes ponemos como modelo a Estados Unidos en otros asuntos no lo hacemos en relación a la inmigración. La respuesta es sencilla: en Estados Unidos sí existe una auténtica integración política de los inmigrantes en los valores americanos y, por tanto, no hay necesidad de plantear este debate. No existe el odio a América entre los musulmanes estadounidenses. El problema ha surgido en la Europa multicultural, y aquí los españoles podemos elegir entre dos modelos, el británico, que ha tratado de acoger la diversidad identitaria con base en las libertades individuales como propone Esplugas, o el intento de integración francés.

Es verdad que, como afirma Esplugas, en las afueras de París los jóvenes de origen inmigrante protagonizaron varias quemas de coches. Pero se olvida el autor de explicar que en el Reino Unido, que considera la integración un atentado a la libertad individual de los musulmanes, cuatro jóvenes británicos de origen islámico, nacidos y educados en este país, se inmolaron en metros y autobuses causando más de medio centenar de víctimas mortales. Procedían de familias inmigrantes musulmanas moderadas y fue en el Reino Unido donde se radicalizaron (new-born muslims).

En Francia vemos algún burka en los Champs-Élysées; en Londres hay barrios enteros que parecen salidos de la frontera entre Afganistán y Pakistán. En Francia no se han celebrado manifestaciones a favor de Al Qaeda; en el Reino Unido sí, y el 31% de los jóvenes musulmanes justifica los atentados terroristas del 7 de julio. En Francia no hay mezquitas saudíes; en el Reino Unido sí, y varias cámaras ocultas han descubierto la propaganda terrorista que se difunde en el interior de estos «templos«. Que nos expliquen qué tiene de liberal el modelo británico y por qué debe el liberalismo defender la fragmentación cultural y el burka, que lleva implícito un apartheid, y no la universalidad de los valores que le dieron lugar.

Publicado en Libertad Digital

Álvaro Vermoet Hidalgo es presidente de la Unión Democrática de Estudiantes, miembro del Claustro de la Universidad Autónoma de Madrid, consejero del Consejo Escolar del Estado y autor del blog Cien Mil Objeciones.

Nota: El autor autoriza a todo aquel que quiera hacerlo, incluidas las empresas de press-clipping, a reproducir este artículo, con la condición de que se cite a Libertad Digital como sitio original de publicación. Además, niega a la FAPE o cualquier otra entidad la autoridad para cobrar a las citadas compañías o cualquier otra persona o entidad por dichas reproducciones.

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Burka y libertad (II)

Reproducimos a continuación un artículo de Albert Esplugas en respuesta al escrito por Alvaro Vermoet, iniciando así  un interesante debate sobre la libertad de los padres para educar a sus hijos y el supuesto derecho del estado a intervenir en ello.

Compitiendo contra el burka
Albert Esplugas Boter

 
«Los partidarios de prohibir el burka piensan que los valores occidentales son superiores pero no parecen confiar en su fuerza. Si son superiores no hace falta prohibir nada, aparte de que el fundamentalismo no se elimina prohibiendo vestimentas.»
 
 
 

Sarkozy ha dado su apoyo a la prohibición del burka, por considerarlo un signo de esclavitud incompatible con una sociedad de libertades. Desde posiciones liberales a menudo se argumenta que el burka no es una simple forma de vestir, sino una forma de opresión. La vestimenta lleva implícita la sumisión de la mujer al hombre y al islam, no es una elección voluntaria sino que le ha sido impuesta por presión de la familia y la comunidad. El mismo argumento es extensible al chador, el nicab, el hijab y otras variedades de velo.

El problema con este razonamiento es que asume demasiado y diluye la diferencia entre coacción y presión social. La esclavitud es desde luego incompatible con una sociedad libre, pero también lo es prohibir el burka si alguien desea llevarlo. La mayoría de mujeres que llevan el burka, u otros atuendos islámicos menos extremos, lo hacen porque quieren. Eso no significa que se hayan decantado por el burka después de sopesar las alternativas disponibles, escuchar distintos puntos de vista y mantenerse al margen de influencias externas. Significa que en su fuero interno están convencidas de que eso es lo correcto, por incomprensible que nos parezca a nosotros. ¿Es el resultado de la estricta y retrógrada educación que han recibido y de los valores fundamentalistas de su entorno? Sí, pero eso no confiere al Estado ningún derecho a la «reeducación» forzosa.

No hay cura posible si el propio enfermo no quiere curarse, y uno de los principios éticos de cualquier médico es no administrar una medicina si el paciente no consiente. El caso del burka no es distinto: si la mujer no expresa su rechazo al burka la presunción razonable es que no quiere que se lo prohíban. La carga de la prueba debe recaer en quienes quieren interferir en su forma de vestir.

Decir que la mayoría de mujeres que llevan burka han sido coaccionadas por sus maridos o familiares no nos lleva muy lejos, pues asume lo que tiene que probar. Parece claro que la coacción (en forma de maltrato o amenaza) en las comunidades islámicas fundamentalistas se practica con más frecuencia que en el resto. Pero esta coacción está penada por la ley (probablemente no lo bastante) y corresponde a las autoridades investigar caso por caso y salir en defensa de las víctimas.

Incluso los prohibicionistas admitirán que el mal no es el burka en sí, sino el comportamiento opresor del marido, que la obliga a ponérselo. Pero entonces, ¿por qué no se encarcela directamente al marido? Si ninguna mujer lleva el burka voluntariamente significa que todos los maridos son culpables de abuso y deben ser detenidos y encarcelados. Esa es la conclusión lógica de su premisa. Si, en cambio, están dispuestos a garantizar a los maridos la presunción de inocencia, entonces no pueden argüir al mismo tiempo que sus esposas llevan el burka bajo coacción.

No me cabe duda de que los partidarios de la prohibición del burka intentan ayudar a las mujeres musulmanas. Pretenden que éstas se den cuenta de su penosa condición de sumisas, vean que hay un mundo de posibilidades ahí fuera, y reclamen a su familia y comunidad un trato más igualitario. Al mismo tiempo muchos ven el fundamentalismo islámico como una amenaza a los valores occidentales, como un virus que se irá expandiendo en nuestra sociedad (inmigración y mayores tasas de natalidad) si no tomamos medidas prohibicionistas para protegernos.

Comparto la preocupación por las mujeres musulmanas y también entiendo la amenaza que supone un minoría hostil creciente. Pero en mi opinión la solución no es prohibir y restringir, sino interactuar y competir. Alertan que Europa se está convirtiendo en Eurabia, pero es al revés: Arabia se está convirtiendo en Eurabia (o en Usabia, más bien). La influencia de nuestros valores culturales, morales y políticos en Oriente Medio es tan intensa que los gobiernos censuran los medios de comunicación e internet para que la sociedad no se «corrompa» demasiado. Aún así penetra por todas partes: a través del cine, la televisión, la música, la literatura, el deporte, la moda, los negocios… Ven nuestras series, consumen nuestros productos y tratan de imitarnos. Varios países se están modernizando socialmente (Jordania, Egipto, los emiratos del Golfo), reconociendo más derechos a las mujeres y tolerando más libertades sociales. Todavía están lejos de nuestros estándares y abundan los bárbaros, pero ésa no es la cuestión. La cuestión es que esa influencia no es mutua: sus valores puritanos y reaccionarios no penetran en nuestra sociedad, que se toma a cachondeo lo que pueda decir Mahoma en el Corán.

Lo que es más importante: las minorías musulmanas en Occidente están aún más expuestas a nuestra influencia que las sociedades de Oriente Medio. Aquí no hay censura ni lejanía física, es difícil aislarse del influjo de nuestra cultura. Los inmigrantes fundamentalistas de nueva generación quizás tienen sus valores demasiado arraigados y viven en guetos, pero en la medida en que sus hijos vayan a la escuela con otros niños occidentales, tengan amigos cristianos o ateos, lean la prensa, vean la tele, se conecten a internet, trabajen en empresas… nuestros valores harán mella. Es difícil que una mujer acepte como algo natural ponerse el burka cuando ha crecido viendo como todas las demás chicas lucían su cuerpo y su melena. Lo mismo puede decirse de encerrarse en casa cuando está a su alcance salir con amigos, estudiar una carrera y ser una mujer más independiente.

Cada siglo augura un fin del mundo distinto, cortesía de nuestro sesgo pesimista. Para unos es el calentamiento global y para otros es la invasión islámica (¡o ambos!). Los partidarios de prohibir el burka piensan que los valores occidentales son superiores pero no parecen confiar en su fuerza. Si son superiores no hace falta prohibir nada, aparte de que el fundamentalismo es una realidad social que no se elimina prohibiendo vestimentas. Hagamos que nuestra cultura y valores éticos ejerzan presión a través de la interacción y la competencia, a ver si las nuevas generaciones de musulmanes pueden resistir la tentación de una vida más libre y enriquecedora.

 Publicado en Libertad Digital
 
Albert Esplugas Boter es miembro del Instituto Juan de Mariana, autor del libro La comunicación en una sociedad libre y escribe regularmente en su blog.

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Burka y libertad (I)

Publicamos a continuación un artículo de Alvaro Vermoet sobre el uso del burka en los colegios y por qué debería ser prohibido.  Este artículo ha dado lugar a una interesantísima controversia sobre la libertad de los padres de educar a sus hijos y las supuestas facultades del estado para intervenir en la educación.  Algo que hemos venido escuchando a lo largo de todo el gobierno de Zapatero, pero con los católicos frente al estado zapateriano.

Sin una ley sobre el velo, el velo será la Ley

Álvaro Vermoet Hidalgo

 
«Que no dude Elena Valenciano que dejar sin regulación el velo islámico de las niñas en las escuelas españolas equivale a promulgar, con rango de ley, la Ley islámica para estas niñas.»

La secretaria de Política Internacional del PSOE, Elena Valenciano, se ha referido recientemente a la reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa. En relación al uso del velo islámico en la escuela, ha explicado que no se regulará debido a que «su uso no es un problema en España». Sí lo son, al parecer, los crucifijos que pueda haber encima de la pizarra de una escuela pública, ya que es ese el único objeto de la reforma en lo referido a los símbolos religiosos en la escuela pública.

En realidad, el error está en considerar que el desafío del velo islámico sea un problema que afecta a la aconfesionalidad del Estado o al papel de las religiones en la vida pública. Lo que está en juego cuando un padre musulmán lleva al colegio a su niña de 6 años con la cabeza cubierta por un velo es algo que creíamos tener tan asentado como el Estado de Derecho y el imperio de la Ley. Lo que en realidad se cuestiona no es la aconfesionalidad del Estado sino la capacidad de las sociedades europeas de imponer las normas democráticas sobre lo que para una creciente parte de los habitantes de Europa es la Ley de Dios, y que implica el rechazo a cualquier forma de integración en las sociedades occidentales.

No cabe duda de que en un Estado no confesional la presencia de crucifijos en las escuelas o instituciones públicas resulta una reminiscencia extravagante. Ahora bien, es igualmente evidente que lo único que hay detrás de que los socialistas reformen nada más y nada menos que una ley orgánica para agitar el debate sobre la religión en las aulas es movilizar a su propio electorado y arrinconar una vez más al PP para poder presentarle como un partido confesional, conservador y anticuado. El debate sobre los crucifijos, como el de la asignatura de religión o el de las estatuas de Franco, es una estrategia de la izquierda para estigmatizar a la derecha. Una batalla propagandística que deja de lado el único desafío que se plantea contra las instituciones democráticas y al que nadie está haciendo frente.

Volviendo a las declaraciones de Elena Valenciano, afirma la dirigente socialista que no se regulará la cuestión del velo porque la ley no se inspira en el laicismo francés y no busca prohibir cualquier ostentación religiosa en el vestuario de los alumnos. Es verdad que en Francia es la laicidad el argumento de fondo para prohibir el velo en la escuela o, dentro de poco, el burka en los espacios públicos, pero lo que en el fondo se busca proteger es el respeto a los valores y a la identidad nacional de Francia, de la que la laicidad es una mera representación. En realidad, Francia es una sociedad mayoritariamente católica y significativamente practicante, y no existe acoso alguno hacia la práctica religiosa. Cuando se prohibió el velo, la batalla estaba entre una sociedad que quería preservar sus valores –la igualdad de la mujer, la laicidad, la identidad nacional– y los imanes que agitaban el uso del velo entre las niñas musulmanas como manifestación inequívoca de la voluntad de no integrarse en la sociedad de acogida y, desde luego, de afirmar la supremacía de la Ley de Dios musulmana frente a las leyes que aprueben los parlamentos democráticos.

Por otro lado, acierta la dirigente socialista al decir que no siempre es el velo una cuestión religiosa, sino que tiene otras connotaciones, culturales o identitarias. Precisamente por ello, es el velo y no los crucifijos lo que hay que regular en la escuela pública, porque son un símbolo del desafío de los islamistas que pregonan por toda Europa –haciéndose valer de la supuesta libertad religiosa de las niñas– que los musulmanes no deben integrarse en las sociedades europeas. Qué poco queda del laicismo provocador y anticlerical de la izquierda cuando se enfrenta a un crucifijo casi desprovisto de significación en vez de a la férrea voluntad islámica de utilizar a las niñas musulmanas como panfleto de rechazo a la integración, a la laicidad y a la igualdad de la mujer que dice defender la izquierda.

Si no regulamos el uso del velo en la escuela y dejamos la decisión a la supuesta «libertad individual», lo que estamos haciendo en realidad es encubrir otra ley, la Ley de los imanes que pretenden conservar, en plena Europa, el estatus de desigualdad de la mujer y de los homosexuales en el mundo islámico.

Que no dude Elena Valenciano que mientras se entretiene con los crucifijos sin atreverse a impedir que una niña de 6 años vaya tapada a clase sólo por haber nacido musulmana, está defendiendo la desigualdad de las niñas musulmanas en la sociedad española. Que no dude que dejar sin regulación el velo islámico de las niñas en las escuelas españolas equivale a promulgar, con rango de ley, la Ley islámica para estas niñas, que se verán sometidas de hecho al humillante estatus que reserva el islamismo para la mujer. Y, entonces, tendremos que oír a la Elena Valenciano de turno decir que la proliferación de velos y burkas no es sino una manifestación propia de una sociedad plural, multicultural y abierta.

Y, mientras tanto, esas niñas habrán crecido en España bajo la supremacía de la Ley islámica.

 
Publicado en Libertad Digital
 
Álvaro Vermoet Hidalgo es presidente de la Unión Democrática de Estudiantes, miembro del Claustro de la Universidad Autónoma de Madrid, consejero del Consejo Escolar del Estado y autor del blog Cien Mil Objeciones.

Nota: El autor autoriza a todo aquel que quiera hacerlo, incluidas las empresas de press-clipping, a reproducir este artículo, con la condición de que se cite a Libertad Digital como sitio original de publicación. Además, niega a la FAPE o cualquier otra entidad la autoridad para cobrar a las citadas compañías o cualquier otra persona o entidad por dichas reproducciones.

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