Comparto la reflexión de Rosa Díez sobre esta infamia que se abate sobre una sociedad inerte, incapaz de reaccionar como es debido frente a esta afrenta a las víctimas del terrorismo y a todas las personas decentes. Una infamia por la que -tarde o temprano, aquí o en el más allá- jueces, políticos e indiferentes tendrán que responder como cómplices necesarios.
«Mírenlos, quédense con sus caras. Representan lo peor de la sociedad vasca y española: la infamia, la impiedad, el odio, el deseo de hacer mal. No tienen remordimientos por lo que hicieron, se sienten vencedores a pesar de haber pasado una buena parte de su infame vida en prisión. Han salido de la cárcel orgullosos del daño y del dolor que causaron. Han sido recibidos con honores en sus pueblos; nadie les acosa, nadie les mira mal; si acaso, algunos «héroes» anónimos, pasan silentes a su lado.
Algunos políticos y periodistas, prescriptores de opinión (no sólo nacionalistas, también de los autodenominados «progres») nos dicen que les tenemos que estar agradecidos. No sé que me da más asco y más miedo, si la algarabía de los malos o el silencio cómplice y cobarde de los que se dicen buenos… Ahora que lo pienso, me da más miedo lo segundo; porque ya se sabe, escrito está, que los malos son pocos, que lo más peligroso es la cobardía y el silencio de la gente corriente.» (Rosa Díez)